Revista D

¿Qué pasaría si un día despertara ciego y sordo?

Guido Fernández no se trató a tiempo una infección de oído, lo cual le causó una meningitis. El cuadro clínico se agravó y entró en coma por 21 días. Al despertar, su mundo se había vuelto oscuro y silencioso. Aferrado a unas pocas esperanzas, logró recuperar parcialmente sus sentidos.

Guido Fernández perdió la vista y el oído al no tratarse a tiempo una otitis. Sin embargo, no se dio por vencido y los ha recuperado parcialmente. Foto Prensa Libre: Carlos Hernández Ovalle.

Guido Fernández perdió la vista y el oído al no tratarse a tiempo una otitis. Sin embargo, no se dio por vencido y los ha recuperado parcialmente. Foto Prensa Libre: Carlos Hernández Ovalle.

El cuarto está tan oscuro que no entra ni el más tenue rayo de luz. El sonido también está ausente; ni siquiera se escucha ese zumbido de mosquito que tanto exaspera. Nada. Silencio y oscuridad total.
Aún así, siento todo el cuerpo, desde la coronilla hasta la punta de los pies. Asimismo, sé que hay gente alrededor de la cama en la que estoy acostado, pero nadie me habla pese a mis gritos, los cuales, por cierto, tampoco escucho. ¿Qué me está pasando? ¿Es solo un mal sueño?


La desesperación cunde dentro de mí.
Cada cierto tiempo llega alguien a mover los cables que tengo conectados. No sé nada más. Pienso, entonces, que estoy secuestrado.
—¡Por favor, hablen con mi familia; ellos pagarán el rescate!” —exclamo.
De verdad quería que terminara esa tortura psicológica a la que me estaban sometiendo. ¡Que alguien me dijera algo, por favor!
Pero nada. Mi cabeza, simplemente, daba vueltas en un inmenso y tortuoso mundo de silencio y oscuridad.

Sin luz ni sonido

“¿Qué sentirías si un día amanecieras ciego y sordo?”, me pregunta Guido Fernández Cornide (Buenos Aires, Argentina, 25 de octubre de 1975). En ese momento no encuentro las palabras exactas para responderle.
—Desesperación —suelto a decir.
Justo así, con una inexplicable desesperación potenciada con agobio, ansiedad, intranquilidad y nerviosismo, fue que se despertó Guido luego de estar 21 días en coma y al borde de la muerte.
Su historia, aunque trágica al principio, tiene un final esperanzador.
Todo empezó el 23 de mayo del 2011. Para entonces, tenía 36 años y era productor de una de las cadenas de televisión más importantes de su país. Ese día le dio un fuerte dolor de oído, pero, un tanto por descuido y otro tanto por exigirse en el trabajo, no acudió con el médico sino hasta dos días después. Lo que tenía era una otitis —inflamación de oído debido a una infección— y le dieron un antibiótico. Ya en casa, el malestar continuó y se acrecentó, pues sintió el peor dolor de cabeza de su vida, el cual no podía calmarse con una aspirina.
Entonces, se fue a dormir. Ahí perdió la consciencia. Su esposa, Georgina, llamó una ambulancia y lo trasladaron a un hospital, donde despertó a las tres semanas. Abrió los ojos y todo estaba oscuro. Gritaba y creía que nadie le respondía —él tampoco se escuchaba—. Fue cuando pensó que lo habían secuestrado y que lo estaban torturando psicológicamente.
Tiempo después se enteró de que, por no tratarse la otitis a tiempo, se instaló un neumococo que derivó en una meningitis. Las cosas se complicaron y quedó ciego y sordo.
Hace unos días, el argentino vino a Guatemala para impartir charlas organizadas por la Fundación Guatemalteca para Niños con Sordoceguera Álex (Fundal), que este mes celebra sus 20 años.
Helen de Bonilla, presidenta de esa entidad, cuenta que su hijo Álex nació sordociego, por lo que nunca aprendió a hablar. “Por eso me impactó la experiencia de Guido Fernández ya que, al escucharlo, sentí como si mi hijo me hablara; fue saber, por fin, qué era lo que él me hubiera querido decir en todos estos años”, refiere.
En esta entrevista, Guido relata su experiencia, pero adelantamos algo: los médicos no le daban esperanzas de volver a ver o escuchar, su fortaleza y determinación, sin embargo, demostraron lo contrario. Hoy, debido a un implante especial, recuperó la audición en un oído, por lo que puede sostener una conversación fluida. También ha vuelto a ver parcialmente con uno de sus ojos.

¿Cuáles eran los pronósticos médicos cuando estuviste en coma?

Eran los peores, pues no sabían si iba a morir o si podría despertar. Si sucedía esto último, era probable que perdiera alguna habilidad motriz o que tuviera daño cerebral, pues hubo una enorme presión intracraneal y no había forma de bajar esa inflamación, ya que soy alérgico a la penicilina.
Desperté a los 21 días, pero en silencio total y en la oscuridad más intensa.

¿Qué pensaste?

Al principio no me di cuenta. Imaginate, es como que te vayás a dormir y despertás viendo todo negro y silencioso. Pensé que estaba secuestrado y que, como parte de una tortura psicológica, me habían apagado la luz y nadie me hablaba.

¿Sentías tu cuerpo?

Sí; de hecho, también sentía que había gente que manipulaba un montón de cables que me habían conectado. Pensaba que eran secuestradores, pero resulta que eran enfermeros que me ponían las sondas, el suero y todo eso. Así fue la primera semana después.

Evidentemente, no había comunicación.

No, porque a un ciego le hablás y a un sordo le podés escribir. En mi caso, ninguna de las dos. Fue entonces que a mi esposa se le ocurrió conseguir unas letras de esas que tienen imán en la parte de atrás y las pegás en el refrigerador. Me las puso en la mano y empezamos a hablar. Así me fui enterando de lo que en realidad sucedía, que tuve una meningitis, que había estado en coma y que casi me muero.

Imagino que fue difícil interactuar con los demás.

Claro; tardábamos como 10 minutos solo para decirnos “hola, ¿cómo estás?”. Era frustrante. Luego me volví experto con las letritas, porque las tocaba y sabía de inmediato cuál era, o bien, iba completando las palabras intuitivamente, como si fuera un chat.

¿Te confirmaron que habías perdido dos de tus sentidos?

No, porque no me querían dar ese tipo de noticias de un solo golpe, pues estaba delicado. Solo me decían que no podían encender la luz porque los médicos así lo habían ordenado. Por supuesto, con el paso de los días me fui dando cuenta de las cosas.

¿Cómo?

Cuando salíamos del hospital para hacer consultas con otros médicos, pues, afuera de la habitación, “la luz seguía apagada” y a donde íbamos cundía el silencio.

¿Se potenciaron tus otros sentidos?

Sí, sobre todo el del tacto.

¿Los médicos te daban esperanzas de volver a ver y escuchar?

Sus pronósticos eran trágicos y categóricos, pues decían que no recuperaría esos sentidos. De hecho, a través del tacto me enteraba de todo aquello, pues tocaba el rostro de mi esposa y sentía sus lágrimas.

¿Cómo te recuperaste?

Mirá, a mí lo que más me dolía era imaginar que no iba a volver a ver a mis dos hijos, Benicio y Esmeralda, que cuando me pasó esto tenían 3 años y cuatro meses, respectivamente. Entonces, pensando en eso, me aferré a la ilusión que unos pocos me daban. Para esto siempre agradezco el apoyo incondicional de mi esposa.

¿Qué pasó luego?

Recuperar la audición era lo más esperanzador, pues, por medio del médico Vicente Diamante, conocimos los implantes cocleares, que es lo que ahora me permite comunicarme con la gente. Cinco meses después de haber salido del coma, me sometieron a una nueva cirugía para implantarme el aparato.

¿Te costó adaptarte?

En mi imaginación, pensé que me iban a operar y que iba salir oyendo, pero no fue así. En cambio, escuchaba como si hubiera una radio mal sintonizada, con ruidos mezclados y metálicos. Tuve que aprender de cero y, por varios meses, fui con una profesora de sordos para volver a tener un diálogo. Hoy me encuentro bien de un oído; el otro no lo recuperé, porque el nervio quedó muy dañado.

¿Y la visión?

Sobre eso, los pronósticos médicos eran aún más pesimistas, pero mi esposa estaba confiada en que sí se podía. Con una amiga de ella y con la ayuda del internet, consiguieron unos ejercicios de estimulación visual. Me pusieron a practicarlos y, con el tiempo, empecé a ver sombras con uno de mis ojos. Luego percibía mejor las texturas, a reconocer personas, a distinguir colores y hasta volví a leer. Claro, todo esto fue sumamente difícil.

¿Te es suficiente con lo que captas tanto auditivamente como visualmente?

Muchos piensan “qué poco que ve” o “qué poco que escucha”, pero luego de nueve meses en la oscuridad y en el silencio total, valoro lo que ahora percibo. Todos deberíamos apreciar lo que tenemos y que no nos damos cuenta.

¿Creés que le diste una lección a los médicos que fueron tan categóricos al no darte esperanzas?

No sé si les di una lección, pero creo que algunos no deberían encerrarse en lo que dicen los libros; en cambio, deberían estar conscientes de que al dar sus diagnósticos están tratando con personas.

A tus hijos, ¿cómo les explicaste lo sucedido?

Estaban muy pequeños para entonces, así que, para ellos, esto es natural. Los adultos, en cambio, me hablan con nervios, como si se les fuera a contagiar la ceguera o la sordera.

¿Qué consejo le das a aquellas personas que atraviesan por momentos difíciles?

No me gusta ponerme en el rol de maestro; cada uno debe encontrar sus respuestas. Sin embargo, creo que, sea lo que sea, lo importante es tener cerca a la familia y a los amigos, porque son ellos los que no nos dejan bajar los brazos. Considero, asimismo, que no hay que esperar a que nos pase algo malo para cambiar.

¿Cómo llevás la vida después de todo?

Mirá, lo que me pasó no lo considero una tragedia, porque regresé totalmente cambiado a casa, con mi esposa e hijos. Antes, para mí, todo era trabajo, me estresaba y había dejado de disfrutar. Pensaba que las cosas no iban a salir si yo no estaba, pero, ¿sabés qué? Sí salen.

Sobre el libro

Guido Fernández Cornide, en su reciente visita a Guatemala, presentó su libro Abrir los ojos, de 330 páginas.

En este relata los inquietantes días en los que enfermó, cayó en coma y despertó sin los sentidos de la vista y del oído, los cuales, con mucho esfuerzo y aferrado a unas pocas esperanzas, logró recuperar parcialmente. Su experiencia promete inspirar a sus lectores.

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