Revista D

“Los guatemaltecos deberían dominar al menos un idioma maya”

Fascinado por Mesoamérica, el antropólogo, etnohistoriador y escritor Ruud van Akkeren profundiza en la cultura guatemalteca.

El etnohistoriador Ruud van Akkeren se especializa en la investigación de textos indígenas coloniales (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano).<br _mce_bogus="1"/>

El etnohistoriador Ruud van Akkeren se especializa en la investigación de textos indígenas coloniales (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano).

Es un holandés fascinado por el área mesoamericana, tanto por su historia como por su riqueza cultural. El antropólogo, etnohistoriador y escritor Ruud van Akkeren ha radicado en Guatemala desde hace unos 20 años, en unas épocas en un ir y venir, en otras, más estable. Por ahora se ha establecido en Rabinal, Baja Verapaz, de donde se declara encantado. De hecho, llegó a esas tierras con el objetivo de investigar el Rabinal Achí, un documento quiché que contiene un ancestral baile dramático. “Siempre me he interesado en el teatro”, refiere. Así que considera una especie de fortuna el haber podido combinar sus estudios con su pasión. Ahora, como resultado, es uno de los más destacados especialistas en teatro precolombino, así como en linajes, cosmovisión maya y textos indígenas, entre estos el Popol Vuh y el Memorial de Sololá.

En esta entrevista, Van Akkeren se refiere a sus investigaciones y a lo poco que los guatemaltecos conocen de sus orígenes.

¿Qué concepto tiene de Guatemala?

Que este país tiene todo y por eso es una maravilla. Aquí he hecho una vida. He guiado a turistas y siempre quedan fascinados con la cultura y la belleza existente. Claro, cuando uno reside acá se da cuenta de que hay cosas bastante desagradables, como la inseguridad.

¿Cuáles fueron las razones que lo trajeron a estas tierras?

Mis intereses se centran en la Antropología y el teatro. Así que, en la búsqueda de fusionar ambas corrientes, llegué a México, donde hice algunas investigaciones de campo. A finales de los años de 1980 y principios de 1990 conocí en Tlaxcala a un grupo teatral campesino que se llamaba Brigada Xicotencatl, cuyas puestas en escena se basaban en problemas sociales. Tenían una danza que trataba sobre una boda azteca. Me gustó tanto que empecé a investigar sobre teatro precolombino. Con eso, inevitablemente uno se topa con el Rabinal Achí. Este baile dramático me fascinó. Tanto así que decidí ir a Rabinal, Baja Verapaz, para aprender k’iche’ y leerlo íntegro, sin necesidad de traducciones.

El Rabinal Achí, además de narrar un conflicto político entre Rabinal y Quiché en el siglo XV, ¿qué contiene?

Es un drama de la creación que en su época marcaba el cierre de un ciclo de 52 años que llamaban Rueda calendárica.

¿El baile que hoy representan se ajusta a lo que dice el documento?

Es totalmente diferente. De hecho, muchos actores no saben de lo que se trata.

¿Qué idiomas mayas domina?

K’iche’ y kaqchikel —ríe, con modestia—, pero solo un poco. Sergio Romero, mi amigo y colega, habla perfectamente y puede tener cualquier conversación tanto en náhuatl como en q’eqchi’.

¿Cómo toma la gente que una persona con rasgos europeos como usted le hable en un idioma maya?

Creo que gusta. Para mí es importante que la gente se sienta cómoda. En la provincia he impartido talleres en las poblaciones locales y les dejo tareas como investigar sobre su historia. Al día siguiente recitan sus conclusiones en español, pero “nada que ver”; todo lo contrario cuando hablan en su idioma materno, pues son muy fluidos y expresivos. Creo que cada guatemalteco debería dominar por lo menos un idioma maya.

¿Cree que los guatemaltecos conocen lo suficiente sobre sus raíces?

Muy poco. Por eso desde el 2000 me fijé el objetivo de enseñar a la gente sobre su historia. De esa cuenta he impartido clases por todo el país.

Respecto de su área de especialización —documentos indígenas del altiplano guatemalteco—, ¿cuántos originales existen?

Depende a qué se denomina como original. Por ejemplo, el texto más auténtico que ahora se tiene del Rabinal Achí es uno que se llama Manuscrito Pérez, que data de 1913 —aunque ya existía una publicación del siglo XIX del etnohistoriador francés Charles Étienne Brasseur de Bourbourg—. En cuanto al Popol Vuh, cuya obra más antigua se conserva en Chicago, es una copia hecha por fray Francisco Ximénez. Se dice que el original que le mostraron a Ximénez ha de estar en algún lugar, pero nadie lo sabe. Eso se escucha en los pueblos. En otros casos, tengo conocimiento de manuscritos que datan de 1913.

¿O sea que sí hay documentos dispersos, y no necesariamente en bibliotecas o museos?

Así es. Algunos los tienen los cofrades, pero hay mucho recelo.

¿Usted los ha visto?

Sí, pero no están en buenas condiciones, ni siquiera los que se conservan en el Archivo General de Centro América. El estado como se encuentran esos documentos refleja el interés que tiene el Estado hacia la cultura del país.

Hasta ahora se conocen solo cuatro códices precolombinos. ¿Cree que aún se conservan otros?

Sí, pero no son de acá. México, por ejemplo, tiene varios documentos pictográficos. En mi obra La visión indígena de la conquista, además, enumero los lienzos y libros prehispánicos que se mencionan durante la Colonia; hay un montón.

¿Dónde están?

Buena pregunta. ¿Dónde están? Muchos, claro, fueron quemados por los frailes españoles, entre ellos Diego de Landa y Francisco Marroquín, mediante los autos de fe que promovieron. ¿Sobreviven otros códices ahora? Bueno, tal vez los haya entre los pueblos indígenas y los coleccionistas.

¿Cuál es la importancia de conservar la historia?

Se lo cuento de esta forma: me dedico a dar clases de Historia en varios lugares. En San Cristóbal Verapaz, Alta Verapaz, me he dado cuenta de que los poqom buscan su identidad, pues no son un pueblo tan grande como los quichés, cakchiqueles o quekchíes; se sienten como perdidos. Cierta vez les hablé sobre los orígenes de los poqom y que ellos fueron los constructores de Kaminaljuyú. Cuando lo supieron se impresionaron y se llenaron de orgullo, sintieron como si hubieran encontrado su lugar en el mundo. Así que, si un pueblo conoce su historia, le genera autoestima, porque es su cultura, su raíz.

Usted propone nuevas ideas sobre la historia prehispánica del altiplano guatemalteco, las cuales, de hecho, difieren de los pensamientos de otros destacados antropólogos y mayistas como Robert Carmack. ¿Puede explicar su teoría?

Carmack fue mi asesor de tesis, pero no estamos de acuerdo en cuestiones básicas, como en el origen de los quichés, cakchiqueles o zutujiles. Él postula que, durante el Posclásico Temprano, esos y otros grupos arribaron al Altiplano provenientes del Golfo de México, que migraron a lo largo de la cuenca del río Usumacinta. Dicha teoría se basa en el modelo historiográfico que emplearon los autores indígenas de los documentos del siglo XVI. En mi caso, opino que esa es una deformación de la historia. Mi método de investigación no parte del nivel de gentilicios —quiché o cakchiquel, por ejemplo—, sino me baso en linajes y chinamitales. De esa forma, trato de demostrar que las confederaciones posclásicas nunca migraron como grupos enteros hacia el altiplano ni tampoco bajo los etnónimos que asumieron después. En cambio, postulo que se formaron sobre la base de tres grupos originarios del Clásico: mayas de las grandes ciudades de Petén, habitantes del altiplano mismo y de grupos mayas y pipiles de la Costa Sur. Tales confederaciones surgen en el siglo XI y desde entonces asumen nombres políticos tales como zutujil, quiché o cakchiquel.

Otra cuestión que usted ha hecho ver es que los mayas no tienen varios dioses. ¿Es correcto?

Así es. Los mismos mayistas han cometido ese error. El dios maya se llama Señor Cerro Valle, conocido en q’eqchi’ como Qawa tzuul taq’a, o bien, Rajawal juyubal taq’ajal, como se le menciona en Rabinal. Es como los católicos, que le tienen diferentes nombres a Jesucristo, según cómo se le represente.

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