Revista D

“Salubrista de corazón”

El médico Guillermo Zea Flores contribuyó en el desarrollo de un medicamento efectivo contra la oncocercosis. Hoy, la enfermedad está prácticamente erradicada en Latinoamérica. 

En la imagen, Guillermo Zea Flores. Foto: Edwin Bercián

En la imagen, Guillermo Zea Flores. Foto: Edwin Bercián

En 1915, el reconocido médico guatemalteco Rodolfo Robles Valverde describió por primera vez la oncocercosis, o “ceguera de los ríos”, una enfermedad parasitaria causada por el gusano Onchocerca volculus, que tuvo alta prevalencia en el país.

“Se detectaron cuatro focos que abarcaban siete departamentos. El primero, en la región sur de Chiapas, en México, y Huehuetenango; en la zona de Guatemala y Escuintla —Villa Nueva y Palín, respectivamente— y en Santa Rosa. El cuarto foco —el más afectado de Latinoamérica— estuvo en el territorio donde convergen Chimaltenango, Sololá y Suchitepéquez”, explica el médico Guillermo Efraím Zea Flores, quien por 35 años participó en importantes programas para erradicar el padecimiento, el cual afectó también a Colombia, Ecuador, Venezuela y Brasil.

Guillermo Efraím Zea Flores nació en la Ciudad de Guatemala, el 17 de enero de 1949.

Es médico y cirujano por la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac, 1976).

Tiene un posgrado en Epidemiología Tropical por la Universidad de Kobe, Japón (1977), así como las maestrías en Salud Pública y Administración de Empresas (Universidad Rafael Landívar, 2005 y 2010, respectivamente) y Recursos Humanos (Usac, 2006), y un doctorado en Psicología Médica y Desarrollo Humano, por la Universidad Mariano Gálvez (2012).

En 1995 obtuvo un diplomado en Administración de Programas de Salud Pública Internacional, por The Rollings School of Health, de Atlanta, Georgia, EE. UU.


Zea Flores fue uno de los científicos que contribuyeron en el desarrollo de un medicamento efectivo para curar la enfermedad —su compuesto activo es la ivermectina—.

Hoy, gracias a aquellos esfuerzos, este padecimiento está prácticamente erradicado en el continente americano —solo prevalece en la tribu nómada yanomami, que se localiza en la frontera entre Venezuela y Brasil—.

Justo una centuria después del descubrimiento de Robles Valverde, Guatemala está a punto de ser declarada libre de oncocercosis. Por trayectoria profesional, en 1994, a Zea Flores se le entregó la Orden Rodolfo Robles, máxima condecoración del país para el campo de las Ciencias y la Tecnología.

¿Qué causa este padecimiento?

Por el descubrimiento de Robles Valverde, hace cien años, se le conoce como enfermedad de Robles. Es un gusano microscópico transmitido al ser humano por una pequeña mosca cuyo nombre científico es Simulium ochraceum.

Tarda de dos a cuatro años en desarrollarse y se muestra a través de la formación de nódulos en el cuerpo. Es tan pequeño que, incluso, se le ha encontrado en lágrimas, orina o secreciones vaginales, así como en la piel, que es donde mejor se puede hacer el diagnóstico. Sin embargo, el principal daño es en los ojos, ya que ocasiona lesiones parciales o totales —ceguera—.

Quizás por el parecido en el nombre se suele confundir con la cisticercosis, pero esta es la que popularmente se conoce como “solitaria”, que es un parásito intestinal que está en comidas infectadas.

¿Cuál era la prevalencia de oncocercosis en Guatemala?

Para dimensionarlo, en 1987, la Organización Mundial de la Salud reportó alrededor de 500 personas ciegas a causa de esta. Asimismo, en 1977, cuando empezaba a trabajar en los programas de erradicación, recuerdo que en Patulul y Santa Bárbara, Suchitepéquez, nueve de cada 10 personas estaban infectadas; en el área había muchos invidentes.

¿Por qué era frecuente en la boca costa y en zonas cafetaleras?

Porque el tipo de mosca que la transmite habita entre los 500 y los mil 500 metros sobre el nivel del mar; coincidentemente, en Guatemala y México, a esos niveles están las plantaciones de café. Además, el macho vive del néctar de ese fruto.

Supongo que usted, por atender esa enfermedad, predominante del área rural, habrá pasado por las vicisitudes de la guerra interna.

Podría pasar un buen tiempo hablando de eso. En cierta ocasión, precisamente en Patulul, la guerrilla nos detuvo e hizo que quemáramos nuestro vehículo. Otro día, nos atacaron a balazos porque íbamos en un automóvil azul y nos confundieron con las patrullas de la Policía Nacional, que también eran de ese color; sobrevivimos todos, aunque el conductor fue herido en el hombro.

Aún así estuvo dispuesto a arriesgar su vida por la de otros.

Soy médico y me gusta ayudar, sobre todo en el campo, en las comunidades. No podría estar sentado en una clínica o en un hospital. Siempre digo que soy médico de profesión y salubrista de corazón.

¿Cuáles fueron sus primeros pasos para contribuir en la eliminación de la oncocercosis?

Fue en 1977, luego de obtener una especialización en Medicina tropical en Kobe, Japón. Al regresar a Guatemala me incorporé a un programa del Ministerio de Salud, con el seguimiento de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón, que se dedicaba a eliminar la mosca que estaba afectando. El programa fue exitoso en San Vicente Pacaya, Escuintla.

Hacia 1984, una compañía farmacéutica anunció que tenía un medicamento veterinario, muy efectivo contra parásitos, y empezó a estudiarlo para adaptarlo en beneficio humano. Fue así que los científicos William C. Campbell y Satoshi Omura desarrollaron la ivermectina, el compuesto activo que actúa contra la oncocersosis; de hecho, este año les otorgaron el Premio Nobel de Medicina, precisamente por esas investigaciones.

¿Usted participó de ese proyecto?

Sí; estuve en la fase III —clínica— y fui el director para Latinoamérica. De hecho, en 1985 participé en una reunión en la Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York, en la que se anunció el nuevo fármaco.

¿Qué tan efectivo es?

Usted me ve aquí. Yo padecí oncocercosis. Coincidentemente, y para mi suerte, fueron los años en los que se logró desarrollar el fármaco, el cual tuve que medicarme durante poco más de una década.

¿Cómo era el tratamiento médico antes de eso?

La gente no se curaba.

¿Se erradicó este mal en el país?

Mire, no se ha detectado ningún nuevo caso de ceguera causado por oncocercosis en Latinoamérica desde 1995. En el caso guatemalteco, Santa Rosa fue el primero de los focos de donde fue erradicado, en el 2001. Se espera que pronto, posiblemente en el 2016, el país reciba de la OMS un certificado que indique que ya no hay. Este crédito hay que otorgárselo al Programa para la Eliminación de la Oncocercosis en las Américas —de The Carter Center, de Atlanta, EE. UU.—, del cual fui parte de 1993 al 2012.

Usted indica que solo hay en el Amazonas. ¿Por qué no se ha podido controlar ahí?

Específicamente es en la frontera Venezuela-Brasil, en un área conocida como yanomami, donde habitan entre siete mil y nueve mil personas, y que tiene una extensión territorial similar a la de Guatemala. El problema es que son nómadas, mientras que el medicamento debe darse dos veces cada 365 días, por ocho o 10 años. Ese es el principal obstáculo, además de que el acceso es sumamente difícil.

¿Qué pasa con los infectados de ese lugar?

Para los yanomamis, quedar ciego significa la muerte. De hecho, la persona sin visión es abandonada, pues ya no puede moverse ni participar de la cacería. Ahí, tan crudo como se escucha, son abandonados a su suerte.

¿A qué se dedica hoy?

Desde el 2013 soy director de la Iniciativa de Alianza Global para la Salud/Ascension Health, de Estados Unidos, en sus programas para Guatemala, que se enfoca en la salud de los niños menores de cinco años de las áreas rurales.

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