Cualquiera de los alimentos mencionados, habituales en el menú diario, puede ocasionar intolerancia a quienes tienen predisposición. Antes de los 3 años aparece si es por herencia genética, pero la más común es la intolerancia transitoria o secundaria.
La intolerancia aparece cuando existe una incapacidad total o parcial para digerir adecuadamente la lactosa. Y esta imposibilidad se debe a un trastorno relacionado con una enzima, la lactasa, cuya acción en el intestino delgado es degradar la lactosa en dos azúcares (glucosa y galactosa), proceso gracias al cual se permite su absorción, explica la doctora Dolores Cabañas, especialista en aparato digestivo y profesora titular de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid.
Un simple café con leche puede que no provoque ninguna alteración, pero si es el remate de una comida con ingredientes como nata, queso, salsa o embutido, por ejemplo, es posible que pase factura.
Entonces aparecen los síntomas: gases, hinchazón abdominal, dolor alrededor del ombligo, retortijones, ruidos audibles o burbujeos de intestinos, diarreas…
“Pero en muchas ocasiones -apunta la doctora Cabañas- también no solo es diarrea, también es estreñimiento causado por un aumento de metano, un gas del colon. Algunos pacientes también sufren náuseas y vómitos y en otros existe una mala absorción de nutrientes y eso supone colesterol elevado y niveles de hierro bajos”.
En esta situación es necesario acudir al especialista, con la idea precisa de qué alimentos hemos consumido cuando hemos tenido efectos en la salud y con el fin de someternos a pruebas diagnósticas, como el test de hidrógeno espirado, una de las más comunes.
Hay que tener en cuenta que existen medicamentos con lactosa, por lo que es necesario advertir de esto a médicos y farmacéuticos.
No significa quitar los lácteos
Si las pruebas determinan intolerancia a la lactosa, el especialista tendrá que programar una dieta para suprimir los alimentos con lactosa pero eso no significa que ya no se puedan consumir lácteos. Las fórmulas “sin lactosa” que se ofrecen en el mercado funcionan y ahora también se extiende a productos procesados, como los embutidos que se publicitan con esta característica.
Según Cabañas, “también obliga a reajustar la dieta para incrementar la ingesta de alimentos ricos en calcio, vitamina D y riboflavinas”, un tipo de vitamina B hidrosoluble, es decir, que no se almacena en nuestro cuerpo por lo que es necesario reponerla diariamente a través de la alimentación adecuada.
Aunque, según recuerda la especialista Cabañas, no solo los lácteos tienen calcio y por eso no debemos olvidar consumir boquerones, sardinas, higos secos, nueces, almendras, almejas, mejillones, garbanzos, verduras de hoja verde y yema de huevo, “que además de aportar vitamina D, regula los niveles de calcio y fósforo”.
La lactosa, además de la leche de vaca, también es un componente de la leche de cabra y oveja (entre 4,5 y 5,1 gramos de lactosa por cada cien gramos de leche). Y todas ellas aportan entre 110 y 200 miligramos de calcio por cada 100 gramos de leche. Mientras que un yogur tiene entre 100 y 140 miligramos de calcio por cada 100 gramos y menos lactosa entre 2,7 y 3,5 gramos.
En el caso de aquellas personas que sustituyen la leche por otras bebidas, como la de soja, la doctora aconseja no tomarla de forma regular sino alternarla con otras bebidas vegetales como de la avena, arroz o almendras.