EDITORIAL

21 accidentes diarios reflejan barbarie vial

Si a un conductor de motocicleta, vehículo liviano, autobús, camión o tráiler le preguntaran de buena mañana si tiene previsto que este sea el último día de su vida se obtendría un rotundo no en la totalidad de los casos. Quizá habría una sonrisa escéptica, una gesto adusto o tal vez hasta una invocación al Todopoderoso para proteger la existencia en el trayecto hacia el trabajo, en un viaje interurbano o en el desarrollo de labores de transporte, comercio, entrega de alimentos o mensajería.

Tan solo ayer, cuatro motociclistas fallecieron en el asfalto mientras a su alrededor proseguía, ajeno, el fragor cotidiano, presuroso, complicado, de concurridas arterias. Pero en las actuales circunstancias de tránsito congestionado, nadie es ajeno al riesgo. Tomar las debidas precauciones, conducir con atención, moderar la velocidad y respetar las señalizaciones disminuyen en buena medida el peligro de convertirse en protagonista de un percance. Lamentablemente, las conductas temerarias, las distracciones —como usar el celular mientras se conduce— y la impunidad vial con frecuencia acarrean desenlaces fatales incluso a personas totalmente ajenas a los irresponsables.

Las cifras son dantescas. Pese a ello, a diario se registran hechos lamentables. Este año, hasta el miércoles 10 de noviembre se habían registrado 6 mil 342 percances de tránsito, incluyendo atropellamientos. Esto equivale a 21 sucesos en cada uno de los 314 días transcurridos. El impacto humano diario es enorme: cinco fallecidos y 22 heridos, muchos de los cuales quedan con secuelas graves como amputaciones, afecciones neuromotoras y, a menudo, una condición de discapacidad que dificulta la independencia productiva.

La situación se agrava marcadamente respecto de años anteriores. El aumento de 2021 en comparación con 2020 es de 6% más accidentes, 15% más heridos y 35% más decesos trágicos. Sin duda alguna quienes suelen llevar la peor parte y las lesiones más fuertes son los motoristas, por el fuerte aumento en el parque vehicular de este tipo y la vulnerabilidad mayor ante caídas, embestidas y derrapes. Pero otro tanto de siniestralidad lo aportan conductas de riesgo como cruzarse en rojo los semáforos, retornar en áreas no autorizadas de alta velocidad, rebasar por la derecha y sobrecarga de pasajeros.

Ayer mismo, un trailero causó una colisión en la ruta al Atlántico, la cual afortunadamente no dejó víctimas, aunque sí daños materiales: el caballero no quiso esperar a que llegaran grúas para mover un furgón que obstruía el camino y se lanzó, con total desconsideración e irresponsabilidad, a avanzar al carril contrario, en donde impactó a otro tráiler y a un vehículo liviano. Increíble, pero cierto. Lo peor de todo es que así existen pilotos de autobuses que rebasan en curva, chatean mientras conducen o abusan de la velocidad en absurdas competencias por pasaje.

Lo más triste de todo es que son pasajeros, ciclistas o peatones, ajenos a la conducta de esos cafres, quienes pagan con su vida o con dolorosas convalescencias el costo de tan destructivas actitudes. La Ley de Tránsito vigente es anacrónica y el sistema de sanciones, disfuncional. Se aproximan las fiestas de fin de año. Las prisas, el aumento de vehículos en circulación y el abuso en el consumo de alcohol se conjugan de manera trágica. No debería haber más excusas ni retrasos para posibilitar legalmente el retiro temporal o definitivo de la licencia de conducir a infractores recurrentes.

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