Revista D

Arquitectura vernácula

Cuando se transita por caminos, veredas y carreteras del suroccidente, entre árboles y maizales, aún se pueden divisar, aunque cada vez menos, construcciones de adobe y techo de dos aguas con teja de barro colorado. Algunas tienen corredor y patio, otras conservan la costumbre de colocar una cruz sobre el techo.

Panorámica de Santa María Chiquimula, Totonicapán, uno de los municipios donde la mayoría aún vive en casa  de adobe y teja.

Panorámica de Santa María Chiquimula, Totonicapán, uno de los municipios donde la mayoría aún vive en casa de adobe y teja.

En las poblaciones porteñas, los materiales de construcción cambian radicalmente, ya que se emplean elementos más frescos como madera para las paredes y palma para los techos. En las áreas más cercanas al mar las casas son edificadas sobre pilotes de madera, para enfrentar las inundaciones.

A este tipo de arquitectura se le llama vernácula o nativa, y es parte de la identidad de una comunidad. Su principal característica es que depende y emplea materiales propios de la región y que están a la mano de los habitantes. Su construcción está condicionada por el clima, costumbres e influencias históricas.

Doctos en la materia, como el estadounidense Bernard Rudofsky, la llaman arquitectura sin arquitectos. Para el arquitecto conservacionista José María Magaña, se trata de “una arquitectura no académica, espontánea, que resuelve un problema habitacional”. La arquitecta Blanca Niño Norton, ex vicepresidenta del Comité Internacional de Arquitectura Vernácula (Ciav), comenta que aunque este tipo de construcción tuvo sus orígenes en los tiempos cavernarios, siempre ha estado en constante evolución y adaptándose a las necesidades del humano y su entorno.

En la actualidad, la construcción vernácula nacional va desapareciendo para dar paso a edificaciones de block, hierro y cemento de dos y tres pisos, las cuales se pintan con colores fuertes. A esta se le llama arquitectura de remesas, porque se construye gracias a los dólares que los migrantes envían de los Estados Unidos. Estos diseños han transformado de manera abrupta la tipología del paisaje rural.

Esfuerzos nacionales

Aunque la expresión “arquitectura vernácula” se identificó por primera vez en Inglaterra, en 1839, fue hasta la mitad del siglo XX cuando surgió un mayor interés por su valoración.

En Guatemala, en 1983, se emprendió uno de los primeros proyectos de investigación sobre el tema, en el cual participaron Eduardo Aguirre Cantero, Blanca Niño Norton y José Gándara.

Ellos documentaron la tipología de 16 lugares, entre cabeceras municipales y aldeas, escogidos como representativos. Varios de estos sitios ya no existen, indica Niño Norton.

Uno de los objetivos de ese trabajo fue destacar la urgencia de revalorizar lo que llaman arquitectura menor, cuya tipología tiende a desaparecer, “por las construcciones modernas que desde hace varios años han destruido el patrimonio cultural arquitectónico de Guatemala”, cita el informe.

En la actualidad han surgido algunas iniciativas aisladas para promover su desarrollo, como las dos ediciones del concurso “Mi casa es orgullosamente guatemalteca”, en la región de Los Cuchumatanes, Huehuetenango, organizado por la posada ecológica Unicornio Azul, asentada en esos montes. También la Asociación Médicos Descalzos ha hecho lo suyo en Chinique, Quiché, apoyando el rescate de la técnica constructiva correcta de la casa de adobe.

Centro vital de convivencia

El diseño tradicional de la arquitectura nativa parte de una unidad básica, que es una planta cuadrada o rectangular que por lo general se usa para procrear, dormir, cocinar, comer y almacenar productos agrícolas. Las dimensiones más comunes son de 4 x 4 metros o de 6 x 6 metros, pero varía según el tamaño del terreno y la capacidad económica del propietario.

Los materiales que generalmente se emplean son adobe, tapial, bajareque, caña de fibras vegetales, hojas de palma y también madera y piedra. En el techo lo más utilizado es teja, paja, tejamanil, palma y hoja de caña de azúcar, entre otros, cita el estudio de Cantero, Niño y Gándara.

La tesis universitaria del arquitecto Manrique Sáenz, La vivienda rural de bajareque e historia sísmica de Huehuetenango, se centra en el valor de las bases culturales de la casa rural de bajareque —pared de palos entretejidos con cañas y barro—, propia de los municipios del norte de Huehuetenango.

Sáenz narra que antes de construir su casa, el dueño invita a una reunión a los vecinos, para darles a conocer sus planes y solicitar la colaboración de la comunidad. Luego, el trabajo se divide en recolección de materiales y construcción. “Para que este —caña y madera— se encuentre en óptimas condiciones debe cortarse cuando haya luna llena. Ocho días después se inicia el trabajo. Durante el tiempo de la construcción, el dueño provee de alimentos a todos los colaboradores”, explica.

En la cosmogonía de las etnias de Huehuetenango, la concepción del mundo se concibe como un universo de cuatro esquinas: Exnab, Ben, Akbal y Lamat. “Esto también se refleja en la forma de su vivienda, que es su universo”, apunta Sáenz. De esa cuenta, para la familia la casa es el centro donde se desarrollan todas sus actividades.

En cuanto al piso de tierra, Sáenz señala que existe una interrelación entre la persona y el universo que lo rodea. “Al barrer diariamente, la basura y los residuos de tierra que se levantan se acumulan en un rincón cercano a la puerta. Se recoge la basura grande, y el polvo restante se humedece y con movimientos circulares se reincorpora al suelo”, refiere.

El corredor se acostumbraba ubicarlo al frente de la casa, hacia el oriente, para que las luces del alba despertaran al viajero que pedía posada. Esta práctica se está perdiendo, pues el corredor se ha trasladado a la parte trasera. “El sentido comunitario y de apoyo va desapareciendo”, anota Sáenz.

Estructura sólida

Una de las debilidades que se le han adjudicado a las viviendas construidas con ese tipo de materiales naturales es la vulnerabilidad ante los sismos y otros fenómenos naturales, además de la propagación de plagas en los bloques de tierra.

Estos problemas trata de derribar la Asociación Médicos Descalzos en Chinique, Quiché, institución que con la ayuda del proyecto Taishin de El Salvador impulsa la construcción con adobe y teja empleando mejores técnicas.

Cristina Chávez, coordinadora del proyecto, explica que una de las motivaciones es lo beneficioso de los materiales naturales, pues tienen cualidades térmicas. “La teja y el adobe resguardan del frío y del calor. No sucede lo mismo con la lámina”, afirma.

Además, les interesa rescatar los valores culturales. “Se cree que este tipo de vivienda es para gente pobre, pero se están copiando modelos estereotipados, lo cual no es bueno”, asegura Chávez.

El proyecto Taishin, apoyado por ingenieros de la Cooperación Japonesa, se basa en pruebas de laboratorio para partir de principios como el tamaño y forma del adobe, cimientos fuertes, distancia de las paredes y sus respectivos contrafuertes, vigas de madera para el techo antes de colocar la teja, y una serie de detalles más. Esto les ha permitido desarrollar una normativa de edificación.

A la casa de adobe también se le señala de ser foco de infecciones como el mal de chagas. Niño Norton señala que esto responde más a la higiene y mantenimiento que se le da a cada inmueble.

Economía

Los precios de construcción son un atractivo más. Antonio Yat Simaj, de San Antonio Ilotenango, Quiché, cuenta que sus ancestros construyeron casas de adobe porque no se necesita muchos recursos económicos. “Un inmueble de 10 x 8 metros nos representa un gasto de Q12 mil, porque es construido con la ayuda de amigos, vecinos y familiares. Los materiales que se emplean están en nuestro entorno, mientras que las de block, cemento y hierro están fuera de nuestro alcance”, dice.

Evolución constante

La arquitectura vernácula ofrece cambios constantes, con un lenguaje distinto en cada lugar y país. De esa manera fue como evolucionaron las casas con techo de paja al de teja en Antigua Guatemala durante la Colonia, explica Niño Norton.

Guatemala se encuentra en un punto donde conservar materiales naturales puede ser más difícil para la gente, explica Niño Norton. “Muchos, hoy, prefieren comprar lámina que tejer un techo de palma o poner tejas, pues es más sencillo”, comenta.

Como parte de este fenómeno, se ha llevado a la edificación de inmuebles “tipo remesa”. “Es kitsch porque se integran vocabularios gráficos que no pertenecen a la comunidad. Por tanto, pierden identidad”, resalta.

Magaña Juárez agrega: “Es un pobre criterio de modernización que, imitado, acaba en poco tiempo y de manera irreversible con la identidad cultural de un pueblo”.

La conservación de la arquitectura propia de un lugar refleja, para Niño Norton, un valor de autenticidad que, de paso, es muy apreciado por el turismo.

Esto lo han entendido países de Europa, donde algunos pueblos reciben manutención del Estado para conservar su tipología y calidad de vida. “Es lo que se conoce como valor universal excepcional: es auténtico y único en su categoría”, refiere Niño Norton.

Patrimonio mundial

La conservación y protección de la arquitectura vernácula se ha vuelto un tema de interés mundial. Varios países lo han entendido como una forma de recuperar raíces culturales con base en una historia arquitectónica y urbanística.

Niño Norton explica que hoy día entidades como la Unesco se proponen considerar la tecnología para hacer estas edificaciones como patrimonio inmaterial. “Saber tejer un techo es conocimiento, y eso se está perdiendo”.

El Patrimonio Mundial de la Unesco, entidad que selecciona las listas indicativas de patrimonio de cada país, explica Niño Norton, ha trazado nuevos lineamientos enfocados en arquitectura vernácula, paleolítica, roca y rescate submarino. “En esa línea, Latinoamérica tiene una gran oportunidad que no tienen los países europeos”, señala.

Premio a la mejor casa  
En la lejana Sierra de los Cuchumatanes, Huehuetenango, la francesa  Pauline Décamps, de la Posada Rural el Unicornio Azul, lidera la organización de  un concurso entre 10 aldeas de  Chiantla y Aguacatán, su nombre: “Mi casa es orgullosamente guatemalteca”. 

“La idea es que las personas valoricen su patrimonio cultural, el cual están cambiando por la arquitectura de remesas”, dice Décamps.

Entre los objetivos del proyecto están   promover la arquitectura vernácula, además de dar mayor valor turístico a la zona. 

Esta es la segunda vez que Unicornio Azul convoca al certamen; la primera fue  en el 2008.

Las viviendas participantes deben reunir los siguientes requisitos: ser particulares, antiguas o recientes, construidas con adobe, tablones o piedras y block —siempre y cuando este sea repellado y no tenga pintura de aceite—.

El techo debe ser de teja de barro, tejamanil o pajón; las puertas, de madera natural o pintada —no califican si son de metal—. Las ventanas deben ser cuadradas o rectangulares —no califican con  vidrios polarizados o celosías de vidrio—. También se toma en cuenta el entorno del inmueble. 

Este año se preparan premios de Q4 mil hasta Q1 mil para los primeros cuatro lugares, y tres menciones honoríficas.  El jurado calificador lo integran  un arquitecto, un patrocinador y Décamps. 

Hasta ahora se han inscrito 114 familias, de las cuales se hará una primera eliminatoria de 10.  Los resultados se darán a conocer  el 20 y 21 de abril.

Ventajas
Temperatura:balancean los cambios de frío a calor; aíslan de los   ruidos externos y  son más armoniosas con el ambiente, según el proyecto Médicos Descalzos y Taishin.
Por estética son más agradables y pertinentes a las tradiciones de cada lugar y región.
Precio. Son más baratas que las construidas con  materiales  como el  block y concreto. 

Características
Algunas de las peculiaridades de la arquitectura vernácula, según la experta Niño Norton, son: mano de obra local y materiales locales.
Uso de técnicas artesanales y aplicación de conocimientos basados en la experiencia.    
Facilidad de adaptación a los cambios culturales y adaptación al paisaje. Por la diversidad  de  culturas, esto hace que cada región tenga una tipología propia.

 

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