EDITORIAL
Libertad es expresión
En Prensa Libre y Guatevisión, reafirmamos que nos debemos a nuestras audiencias.
Alrededor del mundo existen abundantes evidencias, recientes y viejas, de cómo el periodismo riguroso, ético y profesional actúa como una voz fundamentada en medio del ruido. En tiempos de redes sociales, en las que cada persona tiene la posibilidad de expresar la forma en que vive, siente, piensa y reacciona, se evidencia aún más la diferencia de enfoques que puede tener una misma realidad.
Si a ello añadimos bulos, versiones maliciosas, distorsionadas adrede para favorecer a cierta persona o grupo, para aprovechar la estridencia —o la procacidad, la excentricidad o la falacia— como gancho, salta a la vista el papel de los medios de comunicación serios, que investigan, contrastan fuentes, contextualizan la información y presentan una visión de contraste de perspectiva, nos encontramos ante la necesidad, actual y pretérita de la existencia de servicios informativos independientes, competitivos y competentes para digerir el cúmulo de realidades que impactan en la existencia de personas, familias y comunidades. Ayer se celebró el Día de la Libertad de Expresión.
En ese sentido, aquí, en Prensa Libre y Guatevisión, reafirmamos que nos debemos a nuestras audiencias. Nuestra misión es servir a Guatemala y a los guatemaltecos, un compromiso que se refrenda a diario y cuya eficacia se comprueba en el mediano y largo plazos. Nuestro fin es merecer la confianza del ciudadano y reflejar una visión informativa ética, integral y crítica, sin más interés que facilitar datos y prospectivas para la toma de decisiones.
Ello contrasta con la visión del político, que solo quiere elogios y culpa a otros por los señalamientos de sus contradicciones. Algo similar ocurre con la comunicación gubernamental, que promociona logros, persigue encomios y se queja de ataques políticos cuando la información verificada no le favorece. Ni qué decir de los netcenteros, de una u otra dirección, que a menudo desde el anonimato defienden a ciertos personajes, atacan a otros y agreden a conveniencia a periodistas y medios acuciosos. Tales ofensivas intolerantes a veces pasan a instancias institucionales, desde donde se emprenden persecuciones casuísticas y abusivas, propias de viejas dictaduras.
La proliferación de canales digitales, ya sea a través de sitios web, blogs, redes sociales y servicios de mensajería, ha ampliado el diálogo y el intercambio de ideas, aunque también ha permitido la difusión de vituperios, datos sin contexto o señalamientos anónimos. Pero aun así, la libertad de expresión total es preferible a cualquier intento o forma de censura impulsada por gobernantes o funcionarios despóticos, obtusos y caducos. La inteligencia artificial se suma ahora como una herramienta que provee aparentes artículos, pero que son solo textos procesados con base en algoritmos programados por “alguien”. Y, sin embargo, es otra fuente de datos que el público debe comprobar.
Cualquier tipo de censura empobrece a las sociedades. La libertad inicia siempre por la expresión del pensamiento, que por momentos puede ser una marea compleja de versiones, pero que a la larga permite contrastar, comprobar, ver contextos, patrones y, sobre todo, datos y resultados. Por eso, los medios periodísticos estamos a prueba a diario ante el implacable ojo, oído e inteligencia del público, que sabe, siente, vive, celebra, padece y comprueba.