El volcán de Acatenango no es para cualquiera: con sus 3 mil 976 metros de altura sobre el nivel del mar, el ascenso es bastante dificultoso y requiere muchas veces del uso de guías, expertos en el terreno para auxiliar a turistas y a montañistas novatos.
Ubicado en el centro de Guatemala, específicamente en el departamento de Chimaltenango, el volcán de Acatenango es el tercero más alto de los 32 que tiene el país y también de Centroamérica, solamente por detrás del Tajumulco y Tacaná, también en Guatemala.
Para llegar a la cima del volcán, el ascenso inicia en un poblado denominado La Soledad, 70 kilómetros al oeste de la Ciudad de Guatemala, donde empieza la preparación mental y física para enfrentar las entre cinco y ocho horas que lleva el camino al pico del coloso.
La primera parte del tramo es un terreno de arena repleto de piedras, muy empinado, por lo que las pantorrillas son la primera parte del cuerpo que empieza a sufrir con la escalada.
En el entorno es posible observar siembras de maíz y flores que pertenecen a la comunidad que vive en las faldas del volcán.
Después de las primeras dos horas de camino, la vegetación cambia: se acaban las siembras y empieza un bosque nuboso, repleto de árboles con musgo.
A partir de la cuarta hora de trayecto, el camino se hace estrecho y muchas veces hay que salirse de la vía cuando algunos locales descienden en caballo, mientras empieza la dificultad para respirar cuando se acercan los tres mil metros de altura.
Pese a que la Ciudad de Guatemala está a mil 500 metros de altura, ello no evita que muchos turistas, procedentes de la urbe metropolitana, sufran también de dolores de cabeza y de palpitaciones aceleradas, además de la dificultad de respirar, por el llamado “Mal de montaña”, es decir por niveles más bajos de oxígeno de lo habitual.
“Es un ascenso retador, pero la vista en la cima es una experiencia única para los visitantes”, detalla el guía local Jaime Sis, de 48 años y con tres décadas de experiencia acompañando turistas al pico del volcán.
La especialización de Sis es aún más profunda: su padre ayudó a construir hace 40 años uno de los senderos utilizados por los turistas para el ascenso.
Una vista maravillosa
Al llegar a la cima, la primera tarea es armar fogatas ya que la temperatura roza los cero grados. Tras abrigarse, la vista es maravillosa y permite observar en muchas ocasiones la actividad del volcán de Fuego, un coloso vecino que puede llegar a tener de 6 a 8 explosiones por hora.
Sis, cuya familia completa se sostiene de realizar recorridos privados por los volcanes de Acatenango y Fuego, recuerda que durante la pandemia vivieron tiempos difíciles por la falta de visitantes.
Sin embargo, la tristeza se ha convertido en alegría para Sis en los últimos meses con la desaparición de la pandemia: “En esta temporada vienen más de 500 personas a subir el volcán de Acatenango los fines de semana”.
El experimentado hombre de montaña recomienda a los visitantes que buscan llegar a la cumbre del Acatenango por primera vez llevar ropa térmica para el frío, zapatos adecuados y advierte que lo más importante es mantener un estilo de vida saludable para “no sufrir demasiado” al adentrarse en el terreno difícil.
La contratación de guías locales es posible llevarse a cabo en la entrada del sendero y sus servicios van desde los 50 dólares en adelante.
El tipo de ascenso más popular es aquel que se hace durante el día, para llegar al campamento por la tarde, pernoctar en la cima y con suerte observar algunas explosiones del volcán de Fuego, además de la salida del sol.
También hay ascensos rápidos donde los montañistas suben por la noche para estar en la cima al amanecer y bajar nuevamente con prisa sin permanecer en los campamentos.
De acuerdo con los guías, la mejor época para ascender el volcán Acatenango abarca de enero a abril, debido a que en dicho período la temperatura no es tan baja y los amaneceres en esta temporada suelen ofrecer espectaculares cielos naranjas.