Guatemala
¿Las cárceles de Latinoamérica crean a las pandillas más letales? Esto dicen los expertos
Para algunas pandillas o bandas latinoamericanas, las cárceles locales se han vuelto puntos clave de la cadena del narcotráfico en toda la región.
El Gobierno de Guatemala envió a 131 reos de alta peligrosidad a una cárcel reformada en el sur del país donde existe máxima seguridad. (Foto Prensa Libre: EFE)
Desde su regreso a la Casa Blanca, el presidente estadounidense Donald Trump ha intensificado los esfuerzos para acabar con las pandillas que transportan drogas al territorio de los Estados Unidos desde Latinoamérica, por lo que ha ordenado ataques militares letales en el mar y ha endurecido las medidas de control en las fronteras.
Sin embargo, mientras el Gobierno estadounidense duplica sus intervenciones, diversos expertos internacionales advierten que los políticos podrían estar pasando por alto uno de los campos de batalla más importantes: las cárceles de toda la región latinoamericana, donde las pandillas presuntamente se fortalecen con el paso de los años.
Conforme a lo expuesto por la cadena de televisión estadounidense CNN, las organizaciones criminales más poderosas de Latinoamérica “no se forjaron en zonas fronterizas o en los escondites de la selva”, sino en las cárceles de la región, las cuales están superpobladas y, a menudo, autogobernadas por las pandillas que están encarceladas.
Estas instalaciones, distribuidas por toda América Latina, han servido durante décadas como “incubadoras” para las pandillas, debido a que los grupos armados y las organizaciones criminales pueden reclutar, reorganizarse y expandir su influencia tras las rejas, tal como ha sucedido con al menos diez bandas de delincuentes en la región.
Control territorial y masacres carcelarias
De acuerdo con la escritora Ronna Rísquez, la megabanda venezolana Tren de Aragua se fundó dentro de la cárcel de Tocorón, a principios del 2010, con el objetivo inicial de imponer orden interno en la prisión y asegurar mejores condiciones de vida, antes de convertirse en la organización criminal más poderosa de toda esa nación.
“Había una frustración social subyacente y resentimiento por el trato que el Estado les daba a los presos. Las condiciones inhumanas y la falta de apoyo estatal contribuyeron directamente al auge de los pranes (los principales cabecillas criminales que controlan una cárcel o prisión)”, declaró Ronna Rísquez, en entrevista con CNN.
“Tenían control total. La Guardia Nacional y los directores de prisiones obedecían sus órdenes. Cobraban impuestos a los reclusos, controlaban el contrabando e incluso dirigían operaciones externas de extorsión y secuestro”, afirmó la escritora venezolana, quien señaló que esta misma dinámica se ha observado en casi toda la región latina.
En Brasil, diversos grupos del crimen organizado, como el Comando Vermelho, surgieron en las cárceles a finales de los años noventa, cuando los reclusos se rebelaron contra el hacinamiento, los abusos y las precarias condiciones de vida, debido a que las cárceles brasileñas operaban con una ocupación del 140% en gran parte del país.
La realidad común en Latinoamérica
En Centroamérica, la demanda se convirtió en un negocio para los miembros de los grupos organizados, que desde hace años venden a los reclusos desde artículos de higiene, como jabón, hasta alimentos, seguridad y ayuda legal. Por ello, muchos luchan por unirse a estas pandillas, que los reciben con más acogida que el propio Estado.
Asimismo, en toda América Latina, las masacres carcelarias por el control territorial se han vuelto una realidad recurrente. No obstante, para los cabecillas de estas pandillas, el derramamiento de sangre se justifica por las ganancias, debido a que las cárceles se han convertido en puntos clave de la cadena del narcotráfico en la región.

