
La noche del domingo 6 de marzo de 1983 un hombre vestido de blanco bajó de un avión y besó la tierra; era el gesto característico del papa Juan Pablo II.
Fue recibido por el jefe de Estado de facto, Efraín Ríos Montt, en el Aeropuerto Internacional La Aurora.
“Abogo en nombre de todas las víctimas que siguen sufriendo el flagelo de la lucha entre hermanos, que se fortalezcan las fuerzas de buena voluntad para lograr la pacífica convivencia social”, dijo el Papa en un mensaje histórico.
Ríos Montt, de confesión evangélica, y en el poder por medio de un golpe de Estado desde el 23 de marzo de 1982, había restado importancia a cómo recibiría al líder de los católicos. “El Papa es un jefe de Estado y como tal viene a Guatemala. Aquí hay libertad de cultos y pueden venir todos los que quieran”, argumentó.
En un comunicado, del cual había sido prohibida su publicación, el nuncio, Oriano Quilici, expresó su preocupación por la ejecución que traería posibles “graves repercusiones a nivel mundial, nacional y también a nivel de la misma Santa Sede”.
En su visita, el Pontífice no aludió a las ejecuciones. El 7 de marzo, celebró una multitudinaria misa frente a la Tribuna Militar.
Ese mismo día viajó a Quetzaltenango, donde coronó a la Virgen del Rosario.
El 8 de marzo continuó su periplo por Honduras, Belice y Haití. Finalizó así una jornada histórica para Guatemala, que se repitió en 1996 y 2002.