EDITORIAL

Ante una nueva efemérides patria

Hacia inicios del año 1800, el imperio español había iniciado su recorrido por un tobogán que lo llevaría hacia el inexorable fin de sus dominios, para dejar de ser el imperio en el que en alguna era el sol nunca se ponía. España no solo libraba arduas batallas por su propia sobrevivencia, sino que en ultramar también se habían vuelto incontenibles las rebeliones y los gritos de independencia.

En el Reino de Guatemala, esa proclama se dio de manera apresurada el 15 de septiembre de 1821, cuando ya en las vecindades se había roto el cordón umbilical con la corona española. Para evitar que el grueso de la población proclamara la independencia, se convocó a un grupo de notables para sentar las bases de una nueva república, cuyo anhelo necesitó todavía muchos años y diversas escaramuzas para materializarse.

Transcurridos 197 años, el concepto es ahora visto con escepticismo, pues, así como se llegó a conocer que la proclama independentista había sido la iniciativa de un grupo de privilegiados, también se sigue poniendo en duda el alcance del término, al ser un concepto de relativa aplicación, dadas las características del territorio, de su ubicación y de sus distintos liderazgos.

En el cénit de la efeméride patria, Guatemala atraviesa por una compleja coyuntura, en la cual la conmemoración de la independencia ha tomado diversos matices. Uno de ellos es el fervor de miles de estudiantes y jóvenes transportando uno de los símbolos de la libertad y otros en nutridos desfiles.

Del otro lado se prolongan los esfuerzos oficiales por un rumbo muy diferente al del grueso de la población y es intentar cerrar los espacios a la plena libertad de expresión, ante lo cual desde hace varios días se ha montado un derroche de elementos de seguridad, que hace recordar los temores de hace casi dos siglos, aunque ahora se busque ahogar los gritos de indignación.

Otro término ligado a nuestro discurrir en la historia que ha cobrado inusitado auge en los últimos tres años es el de soberanía, tema dominante en la agenda de los últimos dos gobiernos, aunque lastimosamente su interpretación avance por el camino menos deseable, pues ahora se pretende la proclama de dicha palabra en favor de una causa cuestionable, como es la imposición de un modelo en abierto desafío al estado de Derecho.

A ello se debe que con demasiada frecuencia también sea necesario recordarnos desde afuera cuál es nuestra situación, como lo volvió a hacer ayer el secretario de Estado, Mike Pompeo, al felicitar a los guatemaltecos por sus 197 años de independencia, sin dejar pasar la oportunidad para reiterar que Estados Unidos mantiene su compromiso por “aumentar la prosperidad, mejorar la seguridad y la gobernanza… en una alianza que incluye esfuerzos críticos para combatir la corrupción y la impunidad, y para fortalecer el estado de Derecho en beneficio de todos los guatemaltecos”.

A eso se han reducido nuestros últimos años de vida independiente, a tratar de romper las cadenas de flagelos históricos que lastran el desarrollo de millones de guatemaltecos, bajo el yugo de una desfasada dirigencia política, incapaz incluso de soltar las cadenas de los otros poderes del Estado.

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