IDEAS

El ataque de la inteligencia artificial

A pesar de que desde hace mucho tiempo se viene hablando de la inteligencia artificial (IA) y los potenciales beneficios y peligros que esta podría tener para la humanidad, realmente se ha tenido como una discusión esotérica entre los círculos científicos —aunque primero estuvo en el ámbito de la ciencia ficción—. Pero nada como una demostración en tiempo real de sus capacidades para que la gente entre en pánico y crea que pronto su trabajo será reemplazado por un robot con IA y, peor aún, que llegará el momento en que esos robots tomarán “consciencia” e inexorablemente llegarán al punto en que decidirán exterminar a la raza humana, a lo Terminator.

' La gente entre en pánico y crea que los robots con IA tomarán “consciencia” y decidirán exterminar a la raza humana, a lo Terminator.

Jorge Jacobs

Esa demostración en tiempo real ha tomado la forma de un “chatbot”, que es una combinación de un “gran modelo de lenguaje” —Large Language Model, LLM—, unido a una interfase conversacional que han denominado ChatGPT. El hecho de que cualquiera lo pueda utilizar, que le puede responder a uno en muchos idiomas, y que puede incluso escribir ensayos que bien superan los de muchos estudiantes universitarios, ha hecho que resurja con fuerza el debate sobre la IA, desde quienes la ven como una herramienta para acelerar el progreso humano hasta quienes la ven como el arma de Satanás que abrirá el camino para el anticristo.

Para mostrar un ejemplo de lo que el ChatGPT puede hacer, le pedí que explicara qué es, a lo que me respondió: “ChatGPT es un modelo de lenguaje desarrollado por OpenAI. Es una variante de GPT-3 (Generative Pre-trained Transformer 3) con mejores capacidades de conversación. Fue entrenado en un gran corpus de texto de conversaciones y tiene la capacidad de responder de manera fluida y coherente a preguntas y comentarios en lenguaje natural. Puede ser utilizado en una variedad de aplicaciones, como asistentes virtuales, chatbots, y generación automática de contenido”.

Pero, por muy “inteligente” que pueda parecer, hay que entender que el ChatGPT está muy lejos de llegar a ser “consciente”, como algunos temen. Según explican los conocedores, los LLM “son modelos matemáticos de la distribución estadística de ‘fichas’ —palabras, partes de palabras o caracteres individuales, incluidos los signos de puntuación— en un vasto corpus de texto generado por humanos”.

Esto significa que, si se le pregunta algo del tipo “El descubridor de América fue…” y este responde “Cristóbal Colón”, no es porque el modelo sepa algo —mucho menos entienda— sobre la historia de América o de Colón, sino porque en realidad le estamos planteando la siguiente pregunta: “Dada la distribución estadística de las palabras en el vasto corpus público de textos, ¿qué palabras tienen más probabilidades de seguir la secuencia ‘El descubridor de América fue’? Estadísticamente, la respuesta más apropiada seguramente sería ‘Cristóbal Colón’”. Se trata entonces de un proceso para “predecir la siguiente ficha”, que es lo que ocurre con muchas de las tareas que asociamos a la inteligencia humana. Esa característica “humanoide” de la respuesta de ChatGPT es lo que lleva a muchas personas a “antropomorfizarlo”.

Así que, no hay que temer que de repente al ChatGPT se le ocurra tomar el control del mundo, sino hay que verlo como una herramienta que nos permitirá ser mucho más productivos. Que Microsoft vaya a invertir en OpenAI es una señal de que muy pronto podremos ver aplicaciones productivas de esta tecnología. Aunque muchos piensan que el objetivo principal de Microsoft sería que su máquina de búsqueda —Bing— pueda competir con la de Google, yo pienso que una mejor utilidad para esa tecnología sería imbuirla en sus aplicaciones de oficina, para que los usuarios puedan ser mucho más productivos en su trabajo. Quien quita que, dentro de algún tiempo sea ChatGPT quien escriba columnas como esta.

ESCRITO POR:

Jorge Jacobs

Empresario. Conductor de programas de opinión en Libertópolis. Analista del servicio Analyze. Fue director ejecutivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES).

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