CATALEJO

Corrupción mina al sistema jurídico

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Entre las consecuencias de un sistema de justicia mal aplicado, con recursos y personal insuficientes en todos los órdenes, está tiene relación directa con la corrupción generalizada del país, y se manifiesta con la dolorosa realidad de ser fácil darse cuenta de la pobreza como factor común entre quienes caen en sus garras, literalmente. Quien tiene las posibilidades económicas simplemente nunca irá preso o será condenado, e igual sucede con aquellas personas dispuestas a sacrificios de toda clase para evitar a toda costa cruzar ellos o alguno de sus familiares el umbral de las prisiones. Se aplica el viejo adagio: es fácil entrar, pero se vuelve prácticamente imposible salir, ante la maraña de reglas, de amparos de la parte contraria, y así un largo etcétera.

El sistema legal del país es en mucho el principal responsable. Sé de casos de personas a cuyos familiares conozco. Uno de ellos fue a parar a ese infierno porque mientras iba a trabajar, atropelló con su moto a un peatón imprudente. Para no dormir en el suelo le exigieron cinco mil quetzales. Al no tenerlos y mientras esperaba cuatro meses turno en el juzgado, le dio bronconeumonía y estuvo a punto de morir. El atropellado salió al día siguiente del hospital. La familia logró juntar dinero para pagarle a un abogado a fin de sacarlo, pero se lo dieron antes de realizar el trabajo y se hizo humo. El preso narró haber sufrido y visto vejaciones de todo tipo, perdió el trabajo, le robaron la moto del depósito y ahora está grave en el hospital a donde fue llevado, muriéndose.

Conozco otro ejemplo muy doloroso: un hombre le besó las manos, llorando, al joven estudiante de Derecho cuando le fue a informar de la orden de libertad dictada hacía tres años y encontrada por él en sus prácticas profesionales, dentro de un polvoriento grupo de expedientes en un rincón del juzgado. Esa tardanza es muchas veces la causa de la conversión en criminales de las víctimas de estos y otros hechos parecidos. Salen además con rabia ante una sociedad inoperante, y para colmo los rechaza y los insulta por el hecho de haber estado presos, luego de sufrir las ya mencionadas vejaciones inenarrables y observar además la frialdad de la corrupción en los niveles bajos del aparato estatal. Si a eso se agrega el mensaje subliminal enviado por los tatuajes, el caos es total.

Estas consideraciones vienen al caso porque en las dos cárceles mencionadas había esa mescolanza de menores de edad y de adultos, o convertidos en tales, aunque en demasiadas ocasiones un jovenzuelo de 15 años o menos ha asesinado a una o varias personas, por encargo o simplemente por no dejar, al vivir en una jungla humana donde la vida literalmente no vale nada y el asesinato mutuo es parte de la vida diaria porque las armas de fuego son una posesión considerada natural. Ciertamente, estos jóvenes en muchos casos ya no tienen recuperación, pero hay otros, quienes llegan por primera vez a la cárcel, merecedores de una segunda oportunidad, lo cual se imposibilita si no tienen opción de un lugar distinto. Pocos recuerdan ya a las muchachas incineradas hace semanas. El mismo olvido cubrirá a los reclusos de Las Gaviotas.

Como si no fuera poco, la corrupción se manifiesta en sentencias absolutorias sin base. Esto crea gente sociopática, enemiga de la sociedad, afianza esa corrupción y convierte al sistema en algo inoperante al cual no se puede acudir a pedir justicia. Un abogado penalista amigo me confió hace tiempo su decepción, su frustración, su cansancio por la venalidad a todo nivel, por lo cual estaba pensando seriamente en retirarse. Una de las peores frases la escuché de quien me dijo “si alguien comete una ilegalidad contigo, piensa si vale la pena mandarlo a matar. Si no, olvídate y sigue adelante, porque si tratas de buscar justicia, no la conseguirás…” Fue hace años, y no la olvido, porque al enterarme de tantas ilegalidades e inmoralidades, me regresa a la mente.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.