EDITORIAL

Discurso oficial avanza por arriesgado rumbo

Además de haber convertido el foro de la Asamblea General de las Naciones Unidas en un gigantesco diván para hablar de sus angustiantes horas de gobierno, el presidente Jimmy Morales también parece haber iniciado una competencia con su vicepresidente, Jafeth Cabrera, para ver quién puede embaucar con más facilidad a los guatemaltecos.

En Nueva York, el mandatario se dedicó a hablar casi media hora de sus problemas personales y de su particular criterio en la lucha contra la corrupción, incurriendo en una serie de inexactitudes y exageraciones, al salirse del guion original y quizá por esta causa se mostró más nervioso de lo habitual.

En Guatemala, en ese breve lapso, el vicepresidente hizo lo propio, al arremeter contra quienes no comparten la visión del Gobierno, en su confrontación con la oficina antimafias de la ONU y también, como lo ha hecho el mandatario, atacó a la prensa independiente, al señalar que la economía de Guatemala ha mejorado, pero “los medios no quieren decir la verdad”.

Esto es falso, como mucho de lo que dijo Morales en la ONU, pues los datos sobre el comportamiento de la economía nacional provienen de fuentes oficiales. En otros casos, de mediciones sobre el clima de negocios que elabora el sector privado, en las cuales se percibe una economía alicaída, y los más contundentes surgen de calificadores internacionales de riesgo, que ven en el discurso gubernamental serias amenazas en el panorama económico.

Una verdad que reconoció el vicepresidente es la dificultad de combatir la corrupción, y quizá pudo haber agregado el papel que las mafias juegan en ese perverso tráfico de influencias y de favores, causa por la cual precisamente fue necesaria la creación de una oficina como la Cicig, que pudiera trabajar de manera independiente, ante la cooptación del Estado desde hace años.

El mayor problema de los gobernantes guatemaltecos es que han perdido la dimensión de la problemática nacional, lo cual se agrava por el bombardeo constante de sus asesores, que les llenan la pantalla de enemigos, para empujarlos a tomar decisiones impopulares. Todo esto ha fortalecido la percepción de estar frente a uno de los peores regímenes de nuestra historia y ante el cual se acrecientan los riesgos para el país.

En buena medida la acentuada conflictividad de las últimas semanas la han exacerbado ellos con sus imprudencias y temores ante al avance de la justicia, y al asumir actitudes que además evidencian el claro conflicto de intereses en muchas de sus decisiones, como la designación de gente no idónea para cargos de mucha relevancia o convertir la problemática personal en el eje de una cruzada para desbaratar los avances contra la corrupción y la impunidad.

En el fondo, lo que no se debe perder de vista es la enorme amenaza que conlleva este discurso de confrontación, trivialización de los hechos y falseo de la información, porque cualquier paso en esa dirección solo puede representar una mayor amenaza para otras libertades, como suele ocurrir en cualquier totalitarismo, en el que solo se escucha la versión oficial, como ocurre en Nicaragua y Venezuela, donde está acorralada la libertad de expresión.

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