EDITORIAL

Acciones concretas y menos politización

Muy poco afortunado resultó el discurso del presidente Donald Trump en Florida, ante una multitud de venezolanos y cubanos expatriados, al mezclar su agenda política con miras a la reelección con un nuevo ataque contra el insostenible régimen del venezolano Nicolás Maduro.

En concreto, el mandatario de Estados Unidos lanzó una nueva amenaza contra los militares venezolanos para que dejen de apoyar a Maduro y aprovechen la amnistía ofrecida por el presidente Juan Guaidó, o lo perderán todo. Esto ocasionó un inmediato rechazo del ministro de la Defensa de Venezuela, quien reiteró su lealtad y obediencia al régimen y de paso puso en alerta a las Fuerzas Armadas.

La crisis por la que atraviesan millones de venezolanos requiere de la mayor preocupación y coherencia de la comunidad internacional para acrecentar las presiones sobre el régimen. La situación de millones de personas es insostenible y, según estimaciones de expertos, más de tres millones de venezolanos habrían abandonado el país, mayoritariamente hacia países vecinos y en menor cantidad hacia naciones más lejanas.

El drama de ese país debió concentrar toda la atención de Trump: respaldar al presidente designado para que lleve a cabo un rápido proceso de elecciones que permitan reencauzar en la normalidad al país, sobre lo cual existe un mayor consenso en la comunidad internacional, porque se percibe como la mejor salida, antes de incurrir en mayores despropósitos. Sin embargo, Trump aprovechó su discurso en Miami para despotricar contra los países a los que calificó como la troika del socialismo, Venezuela, Cuba y Nicaragua, aunque dichas alusiones fueron más bien un pretexto para hablar de un modelo de gobierno que según él podría desembarcar en Estados Unidos, algo que ningún analista ve probable.

Las preocupaciones por la reelección que salpican los discursos de Trump resultan contraproducentes en temas en los que debería concentrarse de lleno, como es buscar una solución viable a la crisis venezolana, que no solo es una de las más complejas de la región, sino que el desastre causado por los tiranos podría requerir al menos una década para retornar a la normalidad los principales indicadores de desarrollo.

Ciertamente, en la misma dirección avanzan los abusos del tirano nicaragüense, Daniel Ortega, lo que indudablemente hace necesario ponerlo en la lista de países violadores de derechos humanos y de todas las libertades. Mucho menos se le debe tolerar la muerte de centenares de nicaragüenses por protestar en las calles, pero eso requerirá un tratamiento específico, que de momento no debería mezclarse con la situación de los otros dos países aludidos.

Trump debe separar el discurso reeleccionario y junto a sus principales estrategas diseñar una hoja de ruta convincente para el restablecimiento de democracias plenas en estos países, incluidos aquellos que avanzan aceleradamente en el irrespeto a las instituciones, acentuando el abuso de poder.

Tanto el modelo cubano como el nicaragüense podrían tener los días contados si primero se resuelve de manera satisfactoria la crisis venezolana, y para ello el presidente estadounidense debe dejar de utilizarlos como pretextos para propósitos electorales, cuando el drama de estos pueblos requiere una atención responsable y meditada.

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