EDITORIAL

Amenazas arrecian sobre tesoro natural

En los congestionamientos vehiculares matinales o vespertinos, durante los ajetreos laborales de todos los días, en la cadena de rutinas familiares de centros urbanos que bullen por la necesaria actividad comercial, industrial, política y financiera, resulta remoto pensar en un reservorio natural que todavía constituye una defensa climática, que aún alimenta a algunos de los principales ríos y que representa el último pulmón ecológico de Mesoamérica: la Reserva de la Biosfera Maya, un territorio que alberga cientos de especies de flora y fauna, muchas de ellas endémicas, es decir que no existen en ninguna otra parte del mundo pero que están bajo la amenaza de la deforestación, los incendios, las invasiones y la narcoganadería.

Se trata de una reserva compuesta por una veintena de parques, zonas de conservación y biotopos que, en total, abarcan 21 mil kilómetros: prácticamente el tamaño del territorio de El Salvador. Suena grande, pero no toda esa extensión se encuentra a salvo, debido a que la llamada zona de amortiguamiento, una de las tres partes que la integran, ha sido altamente depredada, en parte por la virtual ausencia del Estado y también por los modelos de manejo existentes.

Uno de los más tristes ejemplos de pérdida de riqueza natural se encuentra en el Parque Nacional Laguna del Tigre, que ha perdido al menos una quinta parte de sus bosques en los últimos 20 años, debido al saqueo de madera, a la expansión de pastizales clandestinos utilizados como zona de aterrizaje de narcoaviones y a los fuegos ocasionados por colonos agrícolas para sembrar milpa u otros cultivos, los cuales rinden cosechas por uno o dos años, pero por ser área de vocación forestal debilitan los suelos y ello obliga a nuevas invasiones.

Paradójicamente existen también áreas de la Biosfera Maya en las cuales no solo se ha conservado el bosque, sino que incluso se ha recuperado, gracias al manejo sustentable implementado por comunidades plenamente conscientes del valor multiplicado que representa conservar el bosque y aprovecharlo como un enorme recurso ecoturístico y arqueológico, sin llegar a tocar la llamada zona núcleo; es decir, la que debe mantenerse como un santuario biológico para la humanidad.

La protección decretada para esta región en 1990 consiguió frenar la marcada destrucción que comenzó en la década de 1950 y que, de haber continuado, ya habría formado un inmenso desierto en Petén. Desafortunadamente, la pérdida de bosque no se ha logrado detener, sobre todo porque no existe una política de Nación que priorice su absoluta protección a fin de generar más industrias comunitarias de ecoturismo y entretenimiento ambientalmente amigable, un rubro que cada año genera millones de dólares en ingresos a países como Costa Rica, que en los últimos 30 años logró duplicar su cobertura boscosa.

Lamentablemente, el mayor enemigo de la Reserva de la Biosfera Maya es invisible pero no por ello menos real: muchos guatemaltecos, comenzando por los niños y jóvenes, no están conscientes de su valor, ni siquiera de su existencia. Nadie puede valorar lo que no conoce. Nadie puede proteger aquello que no le importa. Persisten la tala ilegal, los saqueos arqueológicos y hasta la cacería de animales en peligro de extinción, con total impunidad, en áreas supuestamente protegidas. La Reserva de la Biosfera Maya cumple hoy 30 años, pero ¿cuántos le quedan si persiste la indiferencia de los ciudadanos ante su destrucción?

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