EDITORIAL
Amor, acción y ejemplo
Obras son amores y no buenas razones, reza un refrán tradicional que invita a la acción como auténtica confirmación de cualquier declaración verbal del más noble sentimiento. Se ponen de moda, por estos días, con el movimiento comercial, las expresiones de afecto entre esposos, novios, amigos, con motivo del famoso Día del Cariño, una fecha que para algunos es ocasión especial y para otros blanco de críticas, ya sea por su origen y la finalidad real de su auge.
Sin entrar en controversias, es posible resaltar algunas de las dimensiones de lo que el filósofo Erich Fromm definió como un “poder activo que atraviesa las barreras que separan al ser humano y lo une a los demás, que lo lleva a superar el aislamiento”. No se trata del único ni del primer o último intento por conceptualizar esta vivencia sin la cual la vida misma no es posible. No se trata de una exageración, pues del amor entre un hombre y una mujer nace todo ser humano para integrarse a la sociedad.
El amor filial, entre padres e hijos, es una noble conexión, un sentimiento casi natural que nace de la vivencia cotidiana prolongada en el tiempo, integrado por alegrías, sacrificios, esperanzas, despedidas, reencuentros y renovados esfuerzos por brindar educación y mejores oportunidades de desarrollo a la siguiente generación.
El amor fraterno puede comprenderse como ese vínculo permanente entre los hermanos consanguíneos, pero también en aquellas amistades prolongas, profundas, surgidas en la proximidad de un barrio, en el trayecto de los estudios de primaria, secundaria o universidad, e incluso en el ámbito de trabajo; aquella cercanía, confianza y solidaridad que se labra con el auxilio mutuo, la colaboración y el tiempo compartido, hasta decantarse en una sensación de hermandad espiritual. Algo similar cabe decir de la identificación con otros connacionales, algo que suele descubrirse al estar muy lejos del suelo patrio, pero que tampoco excluye la posibilidad de empatías con personas de otras latitudes, pero con valores coincidentes.
Lo más desafiante del amor, no como emoción, sino como actitud de vida, se encuentra en el reto planteado hace dos milenios por el propio Salvador, cuando invitó a amar al prójimo como a sí mismo: un axioma que todavía desafía a las sociedades, a las familias y a los individuos.
Es un desafío, porque implica trasladar estos principios éticos proclamados en iglesias, emisoras de radio, canales televisivos y redes sociales a todos los ámbitos de acción humana: la familia, el trabajo, el servicio público, la política, el desempeño profesional. No como proselitismo, sino como vivencia de integridad. Esto quiere decir que no bastan las declaraciones teóricas o líricas de amor. Se necesitan actos coherentes que den testimonio concreto y constante de lo que se afirma con palabras.
Si un funcionario, alcalde o diputado invoca a Dios —y Dios es amor— está jurando que va a vivir a profundidad las implicaciones de su declaración. Pero si por otro lado quiere ocultar gastos, exacerba la división, fomenta el despilfarro o exhibe indiferencia a las necesidades de la población, quizá necesita volver a preguntarse: ¿Quién es mi prójimo?