EDITORIAL

Caficultura nacional busca nueva visión

El café guatemalteco se distingue por su innegable calidad, aroma y sabor. Algunas de sus variedades gurmé llegan a alcanzar altas cotizaciones en subastas. Es un auténtico símbolo nacional de calidad, dedicación y esfuerzo cuyo valor no siempre se refleja en los precios internacionales; y no nos referimos solo a una apreciación lírica, sino también a sus costos concretos en tiempo, trabajo, procesamiento, expertaje y correduría.

Los precios inferiores a un dólar por libra que se tuvieron en el 2019 —y también en años anteriores— no cubrían las inversiones efectuadas por los productores, de quienes más del 90% son pequeños agricultores cuya existencia cotidiana y sobrevivencia familiar están ligadas a este grano, cuyo consumo a escala global es continuo y masivo, hecho que no parece incidir en la mejora de los precios del mercado. Para encontrar alternativas viables existe la Organización Mundial del Café, pero después de dos décadas de altibajos —en las cuales las bajas exageradas eran frecuentes— sin mayores intervenciones efectivas, el gobierno de Guatemala optó por retirar al país de esa entidad, a fin de encontrar nuevas vías de venta y distribución a mejores precios.

El café es uno de esos productos que no pueden faltar sobre millones de mesas alrededor del mundo; en un entorno interconectado a escala global, existen grandes esperanzas de lograr mejores relaciones entre proveedores y clientes. Para ello se requiere una inversión con visión de futuro que incluya un inventario real de las regiones de cultivo, las variedades de calidad más resistentes, las condiciones de vida de los caficultores y su capacitación técnica, digital y mercadológica para identificar nichos de mercado que han estado ocupados por cafés de otras latitudes.

La responsabilidad social de grandes compañías que adquieren el café guatemalteco es un componente que se debe integrar a la ecuación del desarrollo, pues a escala mundial hay declaraciones de compromisos de apoyo a las pequeñas comunidades e impulso a la mejora de condiciones de vida. Si bien en este momento el mundo atraviesa la mortífera tormenta del coronavirus, el consumo de café registra un inusitado aumento durante la cuarentena internacional, posiblemente a raíz de la tendencia a desarrollar trabajo y estudios en casa. Curiosamente, algunos países como Colombia han reducido su producción, lo cual se presenta como una oportunidad para Guatemala, que ha recuperado su parque cafetero después de los devastadores efectos de la roya a principios de esta década.

La etapa pospandemia debe evaluarse también como una oportunidad para reinventar al país como un destino eco y agroturístico de primer nivel. Existen fincas cafetaleras que sin perder la riqueza productiva pueden transformarse en verdaderos ambientes de relajación para visitantes nacionales y extranjeros, con todo y las condiciones para proveer distanciamiento, estadía segura y una experiencia de usuario que genere recursos de impacto positivo en las economías locales.

Esta visión no excluye la diversificación de cultivos ni riñe con la conservación forestal, pues el café, a diferencia de otros cultivos, requiere de la sombra de otras especies arbóreas nativas, puede combinarse con plantaciones como banano, bayas o cítricos, lo cual, a su vez, tiene posibilidad de aportar notas distintivas de sabor y aroma. Obviamente, para esto se requiere una inversión constante, no clientelar, sino enfocada en resultados tangibles.

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