Editorial

Chilenos giran con fuerza a estribor

Debe quedar claro que Chile no votó por un retorno a ninguna dictadura, solo castigó las promesas incumplidas.

Quien afirme que la victoria del candidato derechista José Antonio Kast en el balotaje electoral chileno se debe al exceso de ofrecimientos del gobierno de Gabriel Boric, a su falta de resultados económicos y a la creciente percepción de inseguridad ciudadana, tiene razón. Kast obtuvo el 58.1% de los votos en el balotaje presidencial del domingo último: es la segunda victoria más amplia desde el retorno a la democracia en 1990. En ciertas regiones llegó a tener hasta el 70% de preferencia, lo cual denota algo más profundo: el agotamiento de un ciclo político-gubernamental y el rechazo a manidos ofrecimientos que no logran convertirse en certezas.


En términos náuticos, virar a estribor es equivalente a girar a la derecha, y la nave chilena no es la primera en esa decisión: primero fue Ecuador, al defenestrar al correísmo eligiendo a Daniel Noboa, en abril de este año; en abril fueron los bolivianos quienes dejaron atrás el izquierdismo, al dejar a dos conservadores para el balotaje: Rodrigo Paz fue electo presidente en octubre y recién asumió, el 8 de noviembre. En octubre también los argentinos dieron un espaldarazo a Javier Milei, durante las elecciones legislativas, y ahora Chile se suma al descontento con el espectro socialista, por sus evidentes contradicciones.

En el caso chileno, fue premonitorio el revés electoral del 4 de septiembre del 2022, cuando el 61.86% del electorado rechazó la propuesta de nueva constitución impulsada por el gobierno de Boric, que había asumido apenas seis meses antes y ahora va de salida. Y es que ante los descalabros en otros países de Sudamérica, que condujeron a fuertes oleadas migratorias a Chile desde los países mencionados y también desde la Venezuela chavista, ¿qué otra opción había? Ninguna.


Desde entonces, el ahora gobierno saliente no logró recuperar la confianza ciudadana ni pudo redefinir una agenda que conectara con las prioridades de la gente. Kast fue un férreo opositor a la fallida reforma y logró así enarbolar una fuerza que no tuvo en sus dos primeras participaciones. Supo leer el cansancio respecto de ofertas incumplidas y planes infundados. La participación en los comicios fue inédita, con un 85%, debido al empadronamiento automático, que facilitó el voto a sectores menos ideologizados pero sí conscientes y protagonistas de las demandas de orden, estabilidad y seguridad.


La postura de centroderecha, que en 2010 y 2018 llevó a Sebastián Piñera al poder, se quedó en tercer lugar. Kast logró capitalizar este segmento de votantes con más efectividad que la candidata oficialista, Jeannete Jara, exministra de Trabajo, quien llegó a segunda vuelta en primer lugar, pero fue rebasada por la realidad. En un contexto de crecimiento económico débil, sensación de desorden y una crisis de seguridad pública, Kast logró presentarse como una visión más firme que hizo eco de la nostalgia de bonanza económica de la década de 1990. Kast también supo jugar en el tablero geopolítico estadounidense, al exhibir su afinidad con Donald Trump, quien ayer dijo que ansiaba felicitarlo por su triunfo.


El traspaso de mando será en marzo, un período que podría agudizar los reclamos al oficialismo saliente. Pero Kast también debe estar preparado para tomar el timón de un país asediado por el incremento de la delincuencia organizada, incluyendo la infiltración del Tren de Aragua y otras bandas criminales, así como la crisis de costo de vida, empleo y competitividad, a las cuales necesitará dar ágiles respuestas. Debe quedar claro que Chile no votó por un retorno a ninguna dictadura, solo castigó las promesas incumplidas

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