EDITORIAL

Competitividad integral

Los recientes fracasos del seleccionado nacional de futbol han desatado un aluvión de severos juicios en contra de jugadores, cuerpo técnico y la misma federación. Existen comentarios hepáticos y epítetos que poco aportan a la discusión prospectiva. Es necesario creer, en primer lugar, que sí se puede corregir el horizonte del deporte más popular del país, que en las últimas décadas no ha hecho sino caer de categoría. Pero para ese cambio de rumbo son necesarias acciones coherentes.

Los clubes de futbol deben mudar su enfoque, a fin de asumir o reforzar la formación de semilleros y detección de talentos en ligas escolares, de barrio y municipales, con programas que integren el desarrollo intelectual y físico, además de becas e incentivos reglamentados que logren retener esas vocaciones. Mientras se siga priorizando la contratación y alineación de extranjeros para reforzar sus cuadros a corto plazo, cualquier proceso se estancará.

Si bien la pandemia ha representado un parón de actividades escolares, se necesita mayor apoyo para la práctica deportiva en general, en diversas disciplinas, para posibilitar que más niños y adolescentes emprendan el camino hasta los niveles de élite, con mística y metas declaradas. En otras palabras, la práctica constante del deporte es sana y recomendable, pero para ello se deben despolitizar los programas del Ministerio de Cultura y Deportes, que por décadas han estado plagados de clientelismo y opacidad. Así también, la sucesiva cuentadancia y el uso eficiente de recursos deberían ser la constante en las federaciones deportivas.

Sentenciar a un técnico cuya constante de resultados fue mejor que la de algunos predecesores o azotar con epítetos y sornas a un jugador que falló un penal no abonan en la mejora del deporte más popular del país. En otras palabras, no es el simple cambio de jugadores o de entrenadores el que redireccionará la brújula, sino la transformación del modelo futbolístico del país, lo cual pasa por el cese de prácticas como la compra subrepticia de votos de delegados departamentales —a través de prebendas, viajes, hospedaje u otras granjerías—.

No basta tener dinero para saber dirigir la compleja y desgastada operación de integrar talentos individuales y convertirlos en un equipo ganador. En este punto resulta válido cuestionar si acaso este deporte de equipo no es sino un reflejo de las dinámicas del país, cuyos lastres en pobreza, salud, educación y desnutrición precisan de una mayor y mejor integración de talentos.

Existen disciplinas deportivas de alto rendimiento en las cuales el país cuenta con cartas fuertes para un buen desempeño en las Olimpiadas de Tokio. Veintiún atletas de bádminton, tiro, natación, navegación a vela, remo, pentatlón moderno, judo y ciclismo consiguieron la clasificación para participar en ese torneo. Estos representantes necesitan la expectativa y apoyo vehemente de los ciudadanos. Son guatemaltecos que en justa lid se enfrentan a deportistas de otras naciones con la visión de “más alto, más lejos, mejor”, pero no como una rivalidad obtusa, sino como una integración de ideales de excelencia y nuevos aprendizajes: precisamente lo que aplica también para el futbol nacional.

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