EDITORIAL

Competitividad lectora

Si un maestro nunca ha leído La Ilíada o La Odisea, de Homero, alguna versión de El Quijote, las historias del Pop Vuh, alguna novela de autores nacionales como Miguel Ángel Asturias, Flavio Herrera o Rodrigo Rey Rosa, poesía de Luz Méndez de la Vega, Otto René Castillo o los ensayos de Luis Cardoza y Aragón —aunque solo eligiera uno de los anteriores—, cabe preguntar ¿cuál es el acervo, la inspiración y el afán de reflexión que puede transmitir a esos guatemaltecos cuya vida lleva dos o tres lustros y están bombardeados por videojuegos, diálogos triviales por redes sociales y videoclips tiktokeros que fragmentan su atención.

La reflexión viene al caso por los resultados, a todas luces desastrosos, en materia de comprensión lectora dados a conocer hace unos días por el Ministerio de Educación. Solo 30 por ciento de graduandos superó de manera satisfactoria el examen a distancia, con una leve mejora sobre evaluaciones anteriores, pero preocupante frente a las exigencias del mundo laboral contemporáneo.
Pero no solo los estudiantes tienen la culpa de este desempeño, que varía entre sector público y privado, así como entre planteles. Supuestamente para eso existe el Ministerio de Educación y toda una burocracia de supervisores metropolitanos y departamentales, para velar por la mejora de los estándares del proceso de enseñanza, con metas que deben ser altas, no condescendientes y mucho menos trazadas en comparsa con factótums sindicales a los que solo les interesa la conveniencia.

A veces se cita una hipótesis respecto de que a los gobiernos les conviene fomentar la ignorancia en lugar de la instrucción, pues en la segunda germina el espíritu crítico, la exigencia consciente a las autoridades y el razonamiento maduro que se convierte en escudo contra las campañas de polarización inducida por sectores recalcitrantes y los discursos demagógicos que tanto reciclan los politiqueros. Inauguran edificios escolares pero no los equipan de acuerdo con la tecnología disponible en estos tiempos, y mucho menos se ocupan de integrar y mantener claustros con alto nivel de desempeño.

Supervisiones escolares se convirtieron en validadoras de mediocridad, pues algunas presionan a instituciones, incluso privadas, para que den por promovidos a estudiantes que no logran superar las evaluaciones. La misma ministra de Educación dijo al presentar los penosos resultados de lectura que se trataba de una “oportunidad”, pero a la fecha no existe una sola propuesta para potenciar dicha capacidad de manera masiva, sostenida y mensurable.

Por supuesto, leer va más allá de disfrutar textos estéticos y ficciones deslumbrantes: la realidad supera a cualquier invención, sobre todo en un país como Guatemala. Recae sobre los maestros conscientes y en los padres responsables la misión de fomentar el hábito del aprendizaje leído, el afán autónomo de saber más y la integración de un acervo personal que beneficiará a toda la familia y la comunidad. Para este cometido es necesario predicar con el ejemplo: si el niño ve leer a sus padres, tomará en sus manos su propio libro. Si el alumno solo recibe tareas de lectura de un maestro al que no ve leer, está en riesgo de quedar en ese 70% que no pasa la prueba.

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