EDITORIAL
Cooperación para la paz
Son contados los países en el mundo que han logrado recuperarse de la devastación causada por una guerra de forma tan sorprendente y paradójica cómo lo hizo Japón. Aunque la Segunda Guerra Mundial es todavía un dolorosísimo recuerdo para este pueblo, no se han quedado conformes con recordar la tragedia. Una vez pasada la conflagración se dedicaron a reconstruir su país, pero no solo eso: se reinventaron a base de su milenaria tradición de valores como la perseverancia, el respeto, el trabajo en equipo y la consigna por la innovación.
De esa cuenta, Japón se convirtió en uno de los referentes del progreso asiático, una huella que otros países continuaron posteriormente. A pesar de los cambios de los mercados mundiales y de la fuerte competencia tecnológica, esta nación es una de las pocas en el mundo que reportan un superávit económico; ello a pesar de que sus recursos naturales son limitados, por lo cual deben importar muchos de estos.
Ahora bien, lejos de encerrarse en un halo de bienestar, el pueblo de Japón comparte sus conocimientos en educación, matemática, medicina, tecnología, gobernanza, convivencia social y otros campos, a través de su Agencia Internacional de Cooperación, que cumplió 30 años de presencia en Guatemala. Profesionales nipones prestan un servicio de voluntariado en comunidades del país, sin alardear ni imponer ningún tipo de condicionamiento o convenio por esa ayuda. Un espíritu de generosidad que constituye un ejemplo para todo el mundo.
Por supuesto que existen otras naciones que también prestan valiosa cooperación mediante programas de becas, tecnificación agrícola, capacitación para el emprendimiento, asistencia económica y transmisión de experiencias en áreas como la seguridad, la nutrición, el cuidado de los derechos humanos y desarrollo de infraestructura, un área en la que cabe mencionar el enorme donativo hecho por Taiwán con la ampliación de la carretera al Atlántico, cuya conclusión ha quedado varada por la negligencia estatal, que no ha sido capaz de encontrar la forma de liberar el derecho de vía en el tramo restante, todo un contrasentido que debería ser solventado en lugar de querer sustituir la finalización de la obra por otro tipo de proyectos.
Precisamente aquí es donde cabe considerar el verdadero sentido de los desembolsos que naciones amigas efectúan en favor de Guatemala: se trata de expresiones de solidaridad que no durarán indefinidamente. La ayuda externa tiene sentido si y solo si los gobiernos propician las condiciones para construir una mayor competitividad, generar innovación en la oferta de bienes y servicios, así como cultivar mejores generaciones de guatemaltecos a través de una educación visionaria. Además, se debe transformar el marco legal del país, que continúa seriamente rezagado a causa de normas obsoletas o inexistentes, sobre todo en lo referente al comercio electrónico, agilización de la tributación, la bancarización transfronteriza, la creación de emprendimientos y las garantías a la propiedad intelectual: tareas que solo pueden ser desarrolladas por una legislatura consciente y responsable, algo de lo cual este país ha carecido y que ninguna nación puede exigir por él.