Editorial
Crisol multicultural
Este festival fue declarado patrimonio cultural intangible de la nación en el 2010.
Prácticamente no existe ningún otro encuentro anual de comunidades mayas, de identidades étnicas, de expresiones culturales indígenas guatemaltecas que tenga el poder de convocatoria del Festival Folklórico Nacional de Cobán, que este año celebró su edición 56, con una participación de 114 jóvenes provenientes de igual número de municipios del país. En esa actividad se elige, bajo criterios predominantes de liderazgo, proyección social y capacidad de expresión —en español y en el idioma maya materno— a la Rab’in Ajau, o Hija del Rey, quien se convierte en una voz representativa durante el año de su designación.
En ciertas épocas, sobre todo tras las reivindicaciones del quinto centenario del descubrimiento, se comenzó a cuestionar la pertinencia de ese certamen, surgido en 1969, con un modelo parecido al de concursos femeninos nacionales e internacionales de belleza física y simpatía personal, que aún hoy siguen siendo populares. Incluso hubo algunas Rab’in Ajau electas que cuestionaron la actividad, por considerar que se aprovechaba del valor de las culturas con fines pecuniarios y turísticos.
Sin embargo, más de medio siglo de existencia refrendan ya el valor de esta convocatoria, libre y voluntaria, para jóvenes de padres indígenas, que a menudo son designadas después de superar concursos locales, debido a que en sus comunidades se considera un honor la sola representación y participación.
Si bien hay una presentación de gala en la cual las jóvenes van ataviadas con indumentarias tradicionales del pueblo al que representan, no es la única actividad que reafirma identidades. Al inicio se efectúa una solemne ceremonia para pedir permiso a los ancestros de representar con dignidad a su pueblo; además, hay un desfile de bienvenida para todas las delegaciones y en el parque de la ciudad imperial se vive una auténtica fiesta, con danzas, como las del venado, del torito o de las guacamayas, en un ambiente de libertad y libre expresión que prácticamente no tiene parangón. Por su riqueza de matices, de manifestaciones y de símbolos llenos de historia, sentido estético y raíces prehispánicas, este festival fue declarado patrimonio cultural intangible de la nación en el 2010.
Quizá algunos de los puntos de polémica fue el término “folklórico” para este festival, debido a que desde ciertas interpretaciones parecía ser peyorativo o aparentar cierta superficialidad. Sin embargo, si vamos al significado de este anglicismo, proviene de folk, “pueblo”, y lore, “acervo”, “saber” o “conocimiento”, es decir, la manifestación de la cultura y sabiduría compartida por una comunidad. Para un guatemalteco que reconoce los orígenes y evolución multicultural de la Nación, resulta prácticamente imposible no conmoverse y experimentar una honda emoción al observar la majestuosidad de cada ceremonia, la profundidad antropológica de cada danza y también la actualidad de cada discurso de las participantes. Es de hacer notar el acervo del cual hacen gala las jóvenes aspirantes, quienes deben disertar sobre un tema de interés social; muchas ellas son universitarias de diversas disciplinas. Esto, a su vez, refleja una evolución de un evento que deslumbra, sorprende y conmueve, pero que también se convierte en tribuna resonante para la mujer indígena guatemalteca.