EDITORIAL
Democracia sin peros
Hasta mediados del siglo XV prevalecía la creencia de que la Tierra era el centro del universo: que el sol, estrellas y todos los astros giraban a su alrededor; era la teoría geocéntrica. Con un cambio de letras, se puede hablar de la teoría egocéntrica, igual de errada, en la cual se estancan ciertos personajes públicos, esencialmente politiqueros o funcionarios revestidos de algún poder temporal, quienes se niegan a aceptar que ni el mundo y mucho menos su país ni sus ciudadanos giran a su alrededor. Creen ser el centro del universo y que la potestad conferida en un cargo es un cheque en blanco. Creen que la tierra es plana y caminan hasta la orilla de su concepto, pero la democracia sigue girando.
Guatemala llega hoy al día de toma de posesión de su décimo presidente electo, el duodécimo si se toman en cuenta los dos interinos, tras el Serranazo, en 1993, y tras la dimisión de Pérez Molina en el 2015. Curiosamente, se trata de dos de los casos históricos de mandatarios que llegan a creerse mandamases y tienen que salir por la puerta trasera.
El asedio contra la democracia suscitado desde el 2023 tuvo diversos pretextos y antifaces que paulatinamente se han caído. La más fehaciente prueba de la animadversión subyacente es que hasta ayer persistían ciertos intentos de la comisión permanente del Congreso de sabotear la toma de posesión de ciertas bancadas de la nueva legislatura. Ello podría ser un delito de sedición y fraude de ley, porque la Corte de Constitucionalidad fue clara en ordenar, hace un mes, que hoy deben asumir sin dilación alguna todos los funcionarios electos por voluntad popular el 25 de junio y el 20 de agosto.
No es la primera vez que ciertos individuos, incluyendo dictadores o sus aprendices, intentan utilizar subterfugios para acaparar poder, acallar críticas, atropellar derechos e incluso reprimir violentamente a la población. La diferencia es que ya no estamos en 1898 ni en 1931, ni siquiera en 1954. Aquel brillante 14 de enero de 1986 entró en plena vigencia la Constitución de la República de Guatemala, que fue diseñada para contrarrestar ínfulas despóticas, al declarar que la soberanía radica en el pueblo de Guatemala y debe ser respetada.
Cada presidente, cada diputado, cada magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Corte de Constitucionalidad y Tribunal Supremo Electoral, cada ministro, viceministro, director, cada burócrata tiene la obligación de entender que se encuentra en un cargo de servicio público. Pero no basta presumirlo o vociferarlo, hay que demostrarlo, pero solo se juzga por resultados, no por supuestas buenas intenciones y mucho menos por promesas hechas —sobre todo si se incumplieron una tras otra—.
Guatemala se encuentra en una desafiante situación, asolada por la pobreza y la desnutrición, agobiada por el rezago educativo y constantemente defraudada por la corrupción y amenazada por el crimen organizado que buscan infiltrarse en el Estado para utilizarlo en su beneficio. Finalizaron los cuatro años del binomio Alejandro Giammattei y Guillermo Castillo. Aún se recuerdan los ofrecimientos que hacían en entrevistas, y la ciudadanía dio su veredicto en los comicios. Ahora toca recordar que la democracia debe ser desarrollo y bien común, equidad y justicia, probidad, certeza jurídica y estado de Derecho.