EDITORIAL

Diálogo de hermanos

El histórico proceso de diálogo que se desarrolla entre representantes de autoridades y vecinos de los municipios de Nahualá y Santa Catarina Ixtahuacán, Sololá, para superar un conflicto limítrofe de más de un siglo, reviste gran importancia porque puede sentar las bases para un nuevo paradigma de solución pacífica a cualquier desacuerdo territorial. El hecho de ser un litigio tan antiguo y su resolución tan largamente relegada aumenta el valor de las conversaciones que se desarrollan actualmente.

Cada caso de conflictividad tiene sus propias raíces históricas, políticas, culturales e incluso étnicas, las cuales merecen ser investigadas y analizadas por equipos multidisciplinarios que pongan tales factores en perspectiva a los mismos pobladores. Cualquiera que sea el motivo de descontento, es posible identificar en ambos pueblos una motivación en común: asegurar el bienestar de la comunidad, reafirmar su potencial productivo y brindar mejores oportunidades de desarrollo a sus pobladores, lo cual obviamente no ha sucedido bajo un estado de aversión mutua.

Esto parece obvio, pero es necesario fundamentarlo y exponerlo con claridad para poder evidenciar, sin resquicio de duda, que cualquier interés ajeno a una resolución pacífica solo estorba a las metas de progreso. Intereses ilícitos se valen de exacerbar la polarización, propiciar el enfrentamiento, explotar prejuicios o resentimientos, precisamente para mantener la zozobra y la incertidumbre.

De alguna manera se trata del mismo mecanismo inescrupuloso que utilizan ciertos grupúsculos extremistas e intolerantes que incluso invocan argumentos políticamente correctos o enarbolan temas polémicos para fomentar dicotomías rebasadas, maniqueísmos maliciosos, divisiones basadas en prejuicios de todo tipo.

La conversación con los alcaldes de Nahualá y Santa Catarina Ixtahuacán que se presenta en la edición de hoy no deja lugar a dudas: son pueblos hermanos, poseedores de una inmensa riqueza cultural y de enorme potencial productivo en el campo agrícola, turístico y ecológico. Si bien el diálogo de paz todavía está en proceso, también puede decirse que la paz no es una meta, sino un camino.

Desde ya se augura un acuerdo sólido de trazo limítrofe que ponga fin a las reyertas armadas. Pero la trascendencia de este arreglo no solo debe involucrar a las actuales autoridades y representantes de los municipios. El afán por mantener la paz debe ser parte de los valores, discursos y proyectos de los políticos que busquen cargos ediles a futuro. De ninguna manera será correcto ni válido volver tema de campaña y ataque cualquier desacuerdo con el pacto de pacificación que llegue a firmarse.

Existen diferendos de tierras y de límites en varias regiones del país, quizá a causa de disposiciones gubernamentales de décadas y siglos pasados, pero hay que vivir el presente y buscar soluciones asertivas. Para ello es necesario visibilizar los reclamos, plantear requerimientos y ofrecer posibilidades de conciliación. Las comunidades pueden brindar con esto magistrales lecciones de entendimiento en busca de un bien común. Al fin y al cabo, la multiculturalidad y plurilingüismo de Guatemala no son causales de división, sino ramificaciones de una identidad nacional compartida.

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