EDITORIAL

Dictadura nicaragüense arma fachada electorera

Cuando los gobiernos se pervierten y los altos objetivos fundacionales se convierten en cascarones vacíos, ocurren verdaderas farsas —en el mejor sentido de los géneros teatrales— como la que se desarrolla en Nicaragua, en donde un gobernante despótico junto a su consorte se valen de la desinformación, el clientelismo y hasta de la pseudorreligión como excusa ideológica, totalmente privada de su necesaria coherencia, para jugar con la división y las necesidades de la gente sencilla.

Tratan de vender como democracia sus simulaciones. Intentan falsear formalmente los procesos que han sido desprovistos de sustancia. Se fundamentan en legalismos que han perdido el espíritu moral y ello queda demostrado por la aplicación de leyes absurdas, discrecionales y casuísticas para imponer su prepotencia. Ayer se abrió en Nicaragua la inscripción de candidatos para las elecciones presidenciales de noviembre: una pantomima total, puesto que todos los precandidatos que habían manifestado interés por participar están presos bajo espurias acusaciones.

Apenas el fin de semana se produjo la más reciente captura de un político opositor. Al igual que los otros, su gran delito fue denunciar las atrocidades, la corrupción y las trampas de la presidencia bicéfala. Siguen el mismo guion de viejas tiranías olvidadas: buscan acallar a sangre y fuego cualquier disidencia, quieren aniquilar cualquier esperanza de cambio y cortejan con baratijas a los seguidores que todavía les quedan o que quizá no se atreven a manifestar su descontento. Por eso es tan elocuente el primer día de inscripciones presidenciales en el hermano país, porque ese aprisionamiento exhibe la estafa del régimen sandinista.

Las voces de ciudadanos y periodistas disidentes siguen siendo una piedra en la bota de Daniel Ortega. Nada puede contra la palabra libre. Si ellos no hablan, lo harán los nicaragüenses desde el exilio. La comunidad internacional ha demandado la liberación de los presos políticos, el cese de las torturas, el fin de las ejecuciones extrajudiciales. La dupla en el poder se cree invencible, protegida por su rosca de convenencieros, pero así también se creyó seguro, con su brutalidad, el dictador Anastasio Somoza.

El régimen nicaragüense anunció como un “éxito” la verificación del patrón electoral, un dudoso proceso que más parece dirigido a concentrar el voto afín al gobierno y que fue vigilado por más de ocho mil policías y soldados. El supuesto objetivo era que las personas comprobaran con anticipación el centro de voto en donde les corresponde emitir el sufragio el 7 de noviembre próximo.

Desde ya está viciado tal proceso sin una observación internacional, de la cual rehúye el gobernante. Desde ya se puede declarar inválido un proceso en el cual se impide la participación de candidatos de todo el espectro político. Es tal el miedo oficialista de perder en comicios transparentes, que incluso han sido encarcelados antiguos correligionarios sandinistas que se atrevieron a criticar la conducta de Ortega. Por supuesto no faltan los adláteres y aliados de ocasión que obtienen réditos de esta situación de intolerancia que amenaza con convertirse en una autocracia crónica más, que solo genera más pobreza, más migración, más muerte y más destrucción del aparato productivo. Nicaragua y los nicaragüenses merecen un futuro mejor y deben demandar elecciones en condiciones dignas, sin cortapisas.

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