EDITORIAL

Dolor y clamor

Es prácticamente imposible no conmoverse ante las masivas expresiones virtuales de pesar, solidaridad e indignación consignadas en medios digitales por el trágico desenlace de la búsqueda de los esposos Joselin Chacón Lobo y Nelson Villatoro Escobar, quienes, para ganarse el sustento, interpretaban a los payasitos Chispita y Charquito. Precisamente al dirigirse a una función solicitada el 9 de mayo último, en las proximidades de la Central de Mayoreo, zona 12, se perdió todo contacto con ellos. Después de largas semanas de agonía, el jueves recién pasado fueron localizados sus restos en un predio baldío del asentamiento Luz de Cristo, Villalobos 2, Villa Nueva. Se localizaron allí sus documentos de identidad y familiares acudieron a reconocerlos, con lo cual se cerró la incertidumbre y se abrió una inmensa herida. El clamor por la búsqueda e identificación de los victimarios ha sido una de las expresiones más generalizadas en redes sociales y conversaciones de calle. Afloran sensaciones de indignación, impotencia y también de empatía en la adversidad. Tres niños quedan en la orfandad y esa es la más grave secuela de un crimen inexplicable y a todas luces injustificable. Ninguna persona, ningún guatemalteco merece este destino, bajo ninguna circunstancia.

Las expresiones de adiós de los hijos de la pareja ultimada concentran una inefable combinación de tristeza e inocencia que bien debería llamar a la reflexión e incluso al arrepentimiento a los asesinos; quizá estos malhechores también tengan sus propios hijos para los cuales no quisieran un pesar así.

Dado el impacto social del caso, las autoridades de gobierno, la Policía Nacional Civil y el Ministerio Público deberían agilizar las pesquisas para poder detener y procesar judicialmente a los victimarios e imponerles una condena ejemplar. Lamentablemente las expectativas reales son pocas, debido a que transcurrieron 52 días entre la desaparición y el hallazgo de los cuerpos por los bomberos, quienes tuvieron que excavar a casi seis metros de profundidad. Tampoco existe mucha esperanza de auxilio póstumo por parte del Estado a los menores sobrevivientes, quienes ahora quedan al cuidado de su abuela materna. Ella prometió entre sollozos luchar con todas sus fuerzas por sacarlos adelante. No será tarea fácil en la actual coyuntura económica y nacional, pero sin duda la solidaridad de los guatemaltecos puede ayudar a proveer a estos pequeños de una mejora en sus oportunidades educativas y provisión de recursos para garantizar necesidades de nutrición, vestimenta y atención psicológica profesional de alta calidad para superar tan devastador duelo.

Los niños Chacón Villatoro no son los primeros huérfanos de esta sociedad violenta, pero deberían ser los últimos. La brutalidad delictiva debe ser erradicada a fuerza de estrategias gubernamentales efectivas, sostenidas e inteligentes, de reacción y prevención. Hay más niños en colonias capitalinas y zonas urbanas de la provincia que están creciendo en desamparo, pobreza y luto, a causa de la muerte violenta de uno o ambos padres. Sus familiares, a menudo abuelos, los acogen con amor. Se ven obligados a emprender un nuevo comienzo como virtuales padres, a veces sin un empleo o con afecciones de salud, con un estoicismo que ya quisieran tener los funcionarios que dirigen dependencias del Estado supuestamente orientadas a brindar apoyo integral ante esta clase de tragedias.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: