EDITORIAL
Educación renovada
En las primeras semanas de la suspensión nacional de actividades colectivas, por efecto de la pandemia, la educación universitaria pública y privada vivió un súbito traslado de la presencialidad a la virtualidad. No era algo nuevo, pues ya existían plataformas de trabajo académico a distancia prácticamente en todas las casas de estudios superiores. Además, situaciones coyunturales como los bloqueos al campus de la Universidad de San Carlos, en 2017 y 2019, obligaron a docentes y estudiantes a continuar las clases en locales externos o mediante videoconferencias.
La diferencia es que ahora se generalizaba la necesidad de dar continuidad a los cursos de todas las carreras. Obviamente no bastaban las sesiones de diálogos en línea o las hojas de trabajo con instrucciones. Incluso se llegó a cuestionar, en las primeras semanas, si realmente se podía lograr una alta calidad académica mediante recursos digitales. Y así se pasó de la emergencia educativa a un cambio de paradigma en la formación profesional, sobre todo porque no era solo un desafío local, sino global. Comenzaron a fluir las experiencias compartidas y a difundirse abundantes recursos didácticos para la discusión de ideas, la elaboración de informes grupales y la construcción de conocimientos colaborativos: una práctica que desde hace una década se promovía como parte de la actividad universitaria pero que pasó a convertirse en el eje de una nueva era en la formación profesional.
Es tal el desarrollo de este nuevo paradigma que ya se avizora, con distintos grados de aplicación, una continuidad a largo plazo de los recursos a distancia. Incluso cuando pase la pandemia del covid-19 las metodologías descubiertas y extendidas pasarán a formar parte de la enseñanza-aprendizaje. Si bien es cierto que las clases presenciales tienen ventajas de interacción, conexión emocional y socialización extra aula, la modalidad virtual aporta valiosos elementos como la ruptura del período de clase; es decir, el estudiante adapta sus horarios de actividad para dedicarse a buscar, organizar y construir conocimiento en otros momentos, siempre bajo la tutoría de un docente, mas ya no en un modelo unidireccional, sino con un enfoque participativo y propositivo.
Cada casa de estudios cuenta con un ideario, sistemas propios de trabajo, estándares cuantitativos o cualitativos de evaluación, pero al final el objetivo es el mismo: formar profesionales de áreas humanísticas, sociales o científicas con capacidades óptimas de desempeño y sentido de servicio, dos requisitos valiosos para poder generar nuevas perspectivas de desarrollo para el país.
Cabe señalar que es una gran responsabilidad la que llevan las decanaturas y rectorías de todas las casas de estudios, al asegurar altos niveles de exigencia en todos los grados de todas las carreras, puesto que las universidades no son fábricas de títulos, sino centros de pensamiento llamados a encauzar las inteligencias, talentos y creatividad de los jóvenes guatemaltecos. El desafío aún se encuentra en marcha; el proceso de transformación aún no ha terminado, pero es irreversible y enriquecedor. Una nueva era se abre para la educación superior.