EDITORIAL
Educadores y alumnos
Aún no ha terminado la súbita y difícil transformación a la cual se vio compelido el sistema de educación en todos los niveles a causa de la suspensión preventiva de actividades. Los universitarios se aproximan al final del primer semestre, los alumnos de primaria y secundaria ya tienen en perspectiva que seguirán en casa hasta las evaluaciones de medio año, cuando menos. La dinámica de trabajo mediante internet, instructivos escritos —no necesariamente claros— y sesiones de clase en ambientes domiciliares tiene sus aspectos ventajosos, como el ahorro de tiempo en tránsito, pero expone el valor de la interacción presencial, redimensiona el papel de los maestros y pone a prueba los criterios de eficiencia y finalidad del aprendizaje.
Si bien está superada la noción de procesos memorísticos absolutos, el ser humano es un ser evolutivo que únicamente puede adquirir su conocimiento a partir del entorno y, de alguna manera, al nacer es la “tabula rasa” que señalaba Locke y sobre la cual la experiencia deja una impronta, un principio sobre el cual se fundamenta el proceso de educación, como la construcción de una base suficiente de conceptos, datos y certezas científicas que se suman a los usos y valores del entorno familiar y de la comunidad.
La tecnología constituye un potencial aliado para la continuidad de sendas secuencias educativas de cada aula, pero depende de variables que no necesariamente están bajo control de los interesados. El acceso a la conectividad, la posibilidad de tener una computadora o la oportunidad de tener un entorno hogareño apto para el aprendizaje son tan solo tres de esos factores que en muchos casos se erigen como auténticos valladares, sobre todo para niños y jóvenes de áreas rurales o marginales.
Así también ha quedado en evidencia la diferente capacidad de los maestros para reinventar la metodología a distancia, que obviamente no puede seguir los patrones de aquellas campañas de alfabetización de las décadas de 1970 y 1980. Existen aplicaciones digitales, plataformas de video y audio, posibilidades de compartir y construir documentos en línea, pero su uso requiere de una capacitación que en el caso de varias universidades y colegios privados está en plena marcha, pero que para los planteles públicos e incluso para ciertas facultades de la Usac son virtuales utopías.
El desafío es sistémico, por la serie de recursos y programas que deben ser implementados, pero a la vez representa un reto personal que revela la verdadera vocación del docente. Hay maestros que no pueden tener un aula virtual, pero que se van a buscar, a pie, a las comunidades donde viven sus alumnos para dar continuidad al año escolar; otros graban videos en redes sociales o envían mensajes de audio para complementar explicaciones de los textos.
No existe hoy un paradigma educativo que responda por completo a las limitaciones, contradicciones y necesidades desatadas por la emergencia del covid-19, pero sin duda se encuentra en construcción a través de las nobles prácticas, las innovaciones didácticas y, por sobre todo, la actitud de tantos maestros que, para servir mejor, se han convertido en alumnos de nuevo.