EDITORIAL

El descuido quema

Es necesario crear conciencia de que un extremo cuidado en la manipulación de utensilios de cocina y líquidos hirvientes no constituye una exageración sino un deber moral.

El 7 de diciembre marca, con la tradicional “quema del diablo”, la simbólica y luminosa puerta del ciclo navideño, que trae momentos de alegría, reunión de familias y amigos, que a su vez —en medio de las prisas, los afanes y festejos— pueden generar ocasiones o situaciones de riesgo que deben prevenirse. Son los padres y adultos de la casa y de la comunidad los primeros llamados a difundir advertencias que pueden evitar tragedias.  Nada más triste que ver a un niño víctima de quemaduras a causa de pólvora, agua caliente o fuegos accidentales causados por electricidad, velas, chispas de luces artificiales o colillas de cigarro.

Desde hace más de dos décadas existe la unidad de atención de niños quemados en el Hospital Roosevelt, en donde se brinda atención a estos casos. Pero lo más deseable sería que no tuvieran que atender a nadie en esta temporada. En efecto, este mes de fiestas tradicionales, con su algarabía, debería tener dentro de sus prioridades brindar espacios seguros para los niños. Lamentablemente, cada año hay emergencias que pueden dejar secuelas.

En efecto, la prevención no significa prescindir de los fuegos artificiales, mucho menos de la preparación de platillos tradicionales o de la instalación de luces ornamentales. Pero en todo momento es clave el enfoque de responsabilidad de los padres o encargados. Si ellos no cuidan de los pequeños, ¿quién lo hará? La pirotecnia, aunque fascinante por sus luces y sonidos, es una de las principales causas de quemaduras en menores; peor aún, de amputaciones de dedos e incluso extremidades.

Parte importante de este cuidado es imponer en casa una prohibición total de compra o uso de bombas y morteros, que pueden llegar a causar desagrado, temor y molestia, pero también serios incidentes que pueden comprometer la vida. También existen juegos de chispas, aparentemente inofensivos, pero que precisan de un acompañamiento mayor durante su uso.

Los niños a menudo no miden riesgos y este puede estar en una olla, taza o recipiente mal colocado, que puede tornar una preparación rutinaria en una situación terrible y lamentable.

Es necesario crear conciencia de que un extremo cuidado en la manipulación de utensilios de cocina y líquidos hirvientes no constituye una exageración sino un deber moral. Lo mismo vale decir de los electrodomésticos como planchas, tostadores, estufas y hornos, que suelen tener ocupación constante en el año, pero más en las fiestas de diciembre. Las prisas, las tareas múltiples y hasta las conversaciones pueden crear distracciones que después resultan injustificables.

Es importante también enseñar a los niños a identificar zonas “prohibidas” de paso en ciertos momentos, a no manipular conexiones eléctricas y en general a evitar situaciones de riesgo. A su corta edad, los menores tienen la capacidad de comprender el peligro, si se les explica los efectos. No obstante, la presencia y atención de un adulto responsable es la forma más efectiva de evitar tragedias. Cada familia merece vivir los siguientes días con armonía, creando recuerdos hermosos para toda la vida. Pero la seguridad no se produce por ósmosis ni por inercia, es una actitud que se asume, se educa y se ejerce por amor.

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