EDITORIAL

El mensaje es claro y no se debe tergiversar

Es ineludible el tema de las manifestaciones populares de ayer. Independientemente de la postura respecto de las mismas, del discurso sostenido en cada lugar de protesta y de la intensidad con la cual se acuerpen determinados llamados, un pronunciamiento colectivo y simultáneo, en el área metropolitana o la provincia, dentro y fuera del país no puede ser pasado por alto por nadie, y mucho menos por los organismos del Estado, que son los directamente aludidos, junto con el Ministerio Público.

La fiscal general enfrenta desgaste por una decisión que se hace polémica a causa de su carácter súbito y sobre la cual solo ha aceptado responder ante medios afines al oficialismo y no a la prensa independiente. Por otra parte, ayer envió una carta al secretario de Estado de EE. UU., quien suspendió temporalmente la cooperación con el MP bajo un argumento de declarada desconfianza. Resulta curiosa la extensión de la misiva, en la cual expone justificaciones notoriamente más amplias que el comunicado del viernes último.

Por su parte, el Ejecutivo debe dejar de lado cualquier postura de intransigencia y secretismo que se agravó con la adquisición de vacunas rusas, de las cuales el país queda a la espera en los próximos meses, pese a que las pagó al contado. Debe responder a las preguntas de la prensa independiente sin que se las adelante o las seleccione, a fin de entablar un diálogo claro con la sociedad.

Las consignas abundaron en la jornada, pero sin duda el gran mensaje se encuentra en el reclamo de atención a los desafíos del desarrollo municipal y regional. Es un fuerte llamado de atención al presidente, alcaldes, gobernadores y diputados, que no han podido establecer una hoja de ruta seria para solventar los retos de salud, educación, productividad e infraestructura. Hasta ahora, se siguen buscando aplausos tan solo por “inaugurar” la construcción de una carreterita o la continuación de trabajos de un hospital y ni siquiera existe la certeza de que se terminen a tiempo, sin cobros escondidos o defectos de fábrica, que luego termina pagando la misma población.

El auténtico reclamo ciudadano no es un ataque personal ni una agenda politiquera —pese a que algunos diputados simulan ahora ser opositores, cuando han votado en alianza con el oficialismo—. Cerrar los ojos y taparse los oídos no ayuda. Responder con demagogias o discursos leguleyos, tampoco. Las acciones del Congreso no coinciden con las expectativas de los electores, y por eso hoy se rodea con vallas de policías. La permanencia extemporánea de la Corte Suprema, por el desinterés en elegir nuevos magistrados, de viva voz, solo agudiza el cuadro.

Finalmente, los manifestantes deben tener cuidado de no sufrir infiltraciones o de ser aprovechadas las acciones por grupos extremistas que resultan ser tan intransigentes como aquello contra lo cual protestan. El vandalismo no conduce a nada, y sus nihilismos solo se prestan a abusos como el cometido contra agentes policiales que hacían valla frente al edificio del MP, a quienes les pintarrajearon la ropa pero a pesar de todo mantuvieron la serenidad. El valor de la expresión ciudadana está en su civismo y en su posibilidad de propuesta. Las autoridades deben saber responder coherentemente a la altura constitucional de los cargos a los cuales se postularon voluntariamente, por los cuales hicieron ofrecimientos y cuyas condiciones juraron respetar.

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