EDITORIAL
El miedo no sirve; la responsabilidad, sí
Uno de los contrastes más llamativos del cuarto estudio de Prodatos sobre las actitudes de los guatemaltecos frente a la pandemia de covid-19 es que si bien se incrementa la percepción de alto riesgo de esa enfermedad, ello ocurre en escalas dispares al segmentar por edades a los entrevistados: el total de adultos mayores de 55 años declara estar consciente del peligro de contagio pero solo un 49% de los jóvenes entre 18 y 24 años lo considera un riesgo real para su salud.
Es posible que la alta proporción de casos y decesos de adultos mayores registrada en Europa —a causa de su composición demográfica y etaria— haya creado la idea de que el coronavirus solo era letal para cierto rango de edad; no obstante, en América Latina, un continente joven, la distribución de víctimas abarca también a los menores de 40 años. Hasta ayer, en Guatemala, del total de casos positivos confirmados casi 20 mil tenían entre 0 y 40 años.
Ahora bien, el propósito de subrayar esta minimización del riesgo no busca fomentar miedo ni alarmismo; por el contrario, la deducción más importante es evaluar a nivel personal y familiar si se están poniendo en práctica, de forma sistemática, las medidas preventivas como el uso correcto de la mascarilla, el distanciamiento físico, el frecuente lavado de manos, el aseo de zapatos y cambio de ropa al llegar a casa, acciones que han mostrado alto impacto en refrenar la propagación.
Las mujeres muestran una mayor propensión a protegerse, no solo a sí mismas, sino a su grupo familiar, un sentido de responsabilidad maternal digno de promoverse a través de grupos de vecinos y amigos, centros de estudio y comunidades eclesiales, como una práctica de cuidado individual que redunda en lo colectivo.
El súbito ascenso de casos en el último mes, un ritmo promedio de 4 mil por semana, detonó mayor percepción de riesgo respecto del anterior estudio de ProDatos, pero la clave radica en no quedarse con la sensación de temor o impotencia, sino más bien revisar las propias rutinas para asegurar la precaución, así como informarse adecuadamente sobre el protocolo por seguir en caso se llegue a dar un contagio en la familia, puesto que una de las situaciones repetidamente expuestas por los médicos de los hospitales es que los pacientes llegan con alto grado de avance del síndrome respiratorio.
Existen personas que no se atreven a buscar ayuda médica por temor a lo que puedan opinar familiares o vecinos, y lo hacen cuando no tienen más remedio, a menudo con un desenlace fatal. Por ejemplo, algunas municipalidades, como la de la capital, han puesto en marcha clínicas de atención preventiva en las cuales no se hacen pruebas de detección pero sí se efectúan exámenes clínicos para identificar posibles signos tempranos de riesgo, y de no haberlos se entrega a la persona un kit con vitaminas y estimulantes del sistema inmunológico, que no constituyen en ningún caso una vacuna, pero proveen cierta protección extra al organismo. No obstante, uno de los obstáculos identificados para atender a más vecinos es que no llegan por temor al “qué dirán”.
El único “qué dirán” que sí debería importar es el daño que puedan sufrir los demás por andar sin mascarilla o utilizarla debajo de la nariz, el perjuicio para los seres queridos si un integrante de la familia no respeta la prohibición de reuniones y fiestas, el riesgo que se hace correr a hijos, hermanos y padres con cualquier salida innecesaria a la calle, la cual puede parecer inofensiva, hasta que en dos semanas comienza la pesadilla.