EDITORIAL

Fábulas de Monterroso se siguen cumpliendo

A un personaje de cierta prominencia le preguntaron si ya había leído el cuento El Dinosaurio, de Augusto Monterroso, conocido en el mundo literario por ser, en su momento, el más breve de todo el mundo. El entrevistado, dándose ínfulas de intelectual, habría dicho que sí, lo estaba leyendo y que iba por la mitad. De hecho, el mismo autor no se tomaba muy en serio la designación del relato más corto y confesaba que solo estaba haciendo sátira de quienes veían el cuento como un género menor o de los intentos cada vez más lacónicos de construir historias complejas en muy pocas líneas.

A final de cuentas, aquel “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” ha detonado cientos de estudios, algunos muy extensos, atribuyéndole significados al sujeto que despierta y también al omnipresente animal que sigue frente a sí: dictaduras, corrupción, pobreza, desigualdades, ignorancia, con lo cual Monterroso, cuyo centenario de nacimiento se conmemora hoy, sigue hablando a pesar de haber fallecido en 2003, no solo en tan famosa pieza, sino también en los relatos de libros como La letra E, Movimiento perpetuo, La oveja negra y demás fábulas o La Vaca.

Igual que otros intelectuales del siglo XX, Monterroso padeció por las intolerancias gubernamentales, lo cual moldeó su ideario opuesto a las opresiones. “El medio y la época en que me formé, la Guatemala de los últimos treinta y los primeros cuarenta, del dictador Jorge Ubico y sus catorce años de despotismo no ilustrado, y de la II Guerra Mundial, contribuyeron sin duda a que actualmente piense como pienso y responda al momento presente en la forma que lo hago”, declaró. De hecho, por escritos suyos tras la caída de Ubico tuvo que salir al exilio a México, en 1944, donde radicó hasta su muerte. Sin embargo, afirmó con orgullo su identidad guatemalteca.

“Soy, me siento y he sido siempre guatemalteco”, escribió en su autobiografía Los buscadores de oro, de 1993, año en que volvió al país después de cuatro décadas de exilio. En 1996 recibió el Emeritissimum por la Universidad de San Carlos; en 1997, el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias; y en el 2000, el Príncipe de Asturias de las Letras, máximo galardón de la literatura castellana.

Es sintomático que no haya existido, este año, un mayor esfuerzo de las autoridades por exaltar su figura, difundir su trabajo y llevar su creación —altamente elogiada en otras latitudes— hasta las aulas estudiantiles, aunque sean virtuales. Librerías y grupos de escritores hicieron más. Del lado oficial, apenas un conversatorio, una edición impresa junto con otros autores, pero nada realmente destacado para exaltar su memoria, su legado, su centenario. Están más ocupados inflando egos como para haber proyectado un monumento, la elaboración de una exposición, de un documental multimedia o la realización de un concurso nacional de pinturas basadas en sus relatos. Demasiada imperfección y poco agradecimiento a una mente tan prolífica, aunque esto, paradójicamente, siga dándole razón a lo que Tito connota al relatar lo sucedido a Mr. Taylor en la tribu que reducía cabezas, la historia de un camaleón tonto que no sabía de qué color ponerse, el destino irónico de la oveja negra o de la rana que quería ser auténtica.

En Prensa Libre se han publicado a lo largo de este año, en revista D, relatos de Tito Monterroso, a manera de un sencillo homenaje pero, sobre todo, difusión de su genio. En un país con tan bajos índices de comprensión lectora es urgente y necesario revalorar la creatividad y potenciar el espíritu crítico, aunque pareciera que es eso lo que sucesivos gobiernos han intentado anular. Y sin embargo, sigue allí…

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