EDITORIAL

Falaz manipulación de argumentos religiosos

De un tiempo acá, ciertos gobernantes y politiqueros intolerantes de distintos países han convertido, maquiavélicamente, en estribillo, en ariete y hasta en argumento segregacionista algunos conceptos religiosos y arengas supuestamente moralistas con el propósito de crear división, hacer alardes farisaicos y justificar despropósitos, ilegalidades o abusos en nombre de una lógica ajena a cualquier principio de fe auténtica, pues todo credo coloca en concreto, en primer lugar, el respeto absoluto al prójimo.

Un ejemplo claro es el tinte religioso de ciertas declaraciones del presidente ruso Vladímir Putin, quien elogió a su ejército por haber emprendido desde el 24 de febrero una ofensiva bélica contra Ucrania, la cual hasta ahora ha ocasionado el desplazamiento de 10 millones de personas y la muerte de al menos 900 civiles, incluyendo 115 niños, una barbarie que eludió mencionar durante un discurso en un estadio, rodeado de correligionarios. “No hay un amor más grande que dar nuestra vida por un verdadero amigo”, dijo, manipulando una frase del Evangelio que, no obstante, le valió aplausos de los asistentes, en un escenario controlado, pues más de cinco mil ciudadanos rusos han sido detenidos por protestar en su país contra la guerra que desató.

Tal revoltijo de demagogia, apelación emocional y dogmatismo constituye una peligrosa herramienta que con facilidad puede conducir a fanatismos y agresiones. Lamentablemente ha sido utilizada una y otra vez por gobernantes cuestionados que subestiman la inteligencia del ciudadano y llegan a creerse su propia incoherencia, al punto de considerarse una suerte de elegidos iluminados con autorización para el relativismo.

Daniel Ortega, de Nicaragua, y su consorte vicepresidenta son uno de esos ejemplos patéticos de utilización malsana de fragmentos religiosos, pero solo los que les convienen. Esa es la mejor demostración de por qué la milenaria tradición judía y cristiana establecen entre sus preceptos “no usar el nombre de Dios en vano”, y pese a ello ocurren esas invocaciones falaces e irrespetuosas.

Tan solo hace unos días, 113 diputados guatemaltecos aprobaron una supuesta ley en favor de la familia, que no solo contenía errores de forma y fondo, sino que constituía toda una aberración contra los derechos humanos, toda vez que creaba espacios de discriminación, estigmatización y división entre hermanos. En lugar de fomentar la unidad, que tanto proclaman en otras ocasiones, los representantes avalaron, con argumentos puritanos y nacionalistoides, un adefesio que hoy quedó archivado.

La auténtica fe se vive en las obras, si no está muerta, dice Pablo, el apóstol de los gentiles. No solo el que dice Señor, Señor, se va a salvar, afirma el propio Cristo, quien advirtió de algunos que llegarían hablando en su nombre pero que él de antemano los desconocía a causa de la incoherencia entre palabra y acción. Las iglesias Católica y Evangélica tienen una enorme y valiosa misión espiritual tendiente a enriquecer los valores de las personas, las familias y las comunidades. Es innegable su papel como propiciadoras de entendimiento, caridad, empatía y esperanza, sobre todo en tiempos adversos como los que se viven. Pero de eso a aceptar que las instrumentalicen como validadoras de agendas cortoplacistas de un grupo que solo busca impunidad, hay un enorme trecho. Si no, basta voltear a ver los blancos civiles, los niños muertos o mutilados por los bombardeos que Putin quiere vender como designios de lo alto.

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