EDITORIAL

Finaliza año de duras lecciones y pérdidas

El 2020 por fin se acaba, pero no se irá de la memoria, porque perdurará el recuerdo de tantos padres, madres, hijos, abuelos, amigos, médicos y enfermeras que fallecieron a causa de la pandemia, un fenómeno global, mas no por ello menos doloroso. Hay fuertes impactos en la economía, en la producción y en las dinámicas laborales, pero quizá ninguno tan grande e insondable como el pesar de despedir a un ser querido a quien no fue posible acompañar en sus últimos momentos.

Guatemala, al igual que el resto de países, tuvo que aprender, a ritmo de vértigo, a poner en práctica protocolos de prevención como el uso de mascarillas, el distanciamiento social y la desinfección frecuente de manos, aunque por momentos parece increíble que muchas personas obvien estos cuidados en vista del peligro inminente. Aglomeraciones de personas en mercados, actividades demagógicas promovidas por alcaldes y fiestas que desafían el instinto de conservación figuran dentro de las conductas imprudentes que deben llamar a la reflexión.

La pérdida de empleos y la reducción de ingresos para miles de familias multiplicaron las banderas blancas de auxilio que todavía se pueden observar en calles de centros urbanos. En otras ocasiones la precariedad subyace detrás de la puerta de humildes viviendas. En todo caso, el espíritu de generosidad que suele ser bastante propio de la época de fin de año comenzó a manifestarse desde marzo último, a través de actividades de reparto de alimentos y distribución de víveres a familias necesitadas, por parte de ciudadanos particulares y organizaciones no políticas. Por su parte, el gobierno entregó cajas de ayuda que al final resultaron insuficientes.

El turismo todavía es la víctima colateral del virus. La gran industria diseminada por todo el país y que genera empleos directos e indirectos se encuentra diezmada por las restricciones de viaje, los temores prevalentes y el desplome de las visitas desde el extranjero. No obstante, los emprendimientos empresariales de todo tipo se multiplicaron, como una evidencia del carácter laborioso de muchas personas. Las remesas enviadas desde Estados Unidos alcanzaron un nuevo récord, prueba de la unión familiar sin fronteras, pero también del triste éxodo que los rezagos del desarrollo siguen marcando.

Las tormentas tropicales Eta e Iota recordaron la infausta huella del Mitch (1998), con cauda de pérdidas en la agricultura, la infraestructura y en miles de hogares. Especialmente inusitada resultó la inundación del centro urbano de Campur, Carchá, Alta Verapaz, que continúa bajo el agua por una combinación de factores hidrogeológicos. Sin embargo, sus pobladores trazan nuevas esperanzas y esperan recuperarse con esfuerzo y tesón.

El trabajador sale de nuevo a la calle para ganarse el sustento. El guatemalteco solidario sigue presto a compartir su pan con el desfavorecido. El personal en primera línea de atención al covid lleva a la práctica su vocación de servicio. En contraste, este año se ha constatado la indolencia de los politiqueros y diputados que se aprovecharon de las restricciones para aprobar despropósitos, el afán de protagonismo de funcionarios que buscan adulación tan solo por trabajar, y las falaces excusas de quienes afirman no ser magos para justificar los su intransigencia y los escasos avances en la agenda del desarrollo nacional. Pero esos desengaños también son lecciones que deja el 2020 y no se deben olvidar.

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