EDITORIAL
Fuego cruzado en una frontera frágil
La colaboración binacional es fundamental.
Hace seis meses, el 8 de junio, se produjo un incidente armado en la frontera de La Mesilla, cuando fuerzas militares mexicanas entraron a territorio guatemalteco en persecución de presuntos narcotraficantes; ello después de una refriega en la que murió Waldemar Calderón Carrillo, más conocido como Tío Balde, presunto líder del cartel denominado Chiapas-Guatemala. Después de ese suceso se enviaron 220 efectivos guatemaltecos a la región y se anunció la creación de una fuerza militar, que el 1 de julio se oficializó como Comando Especial Contra Amenazas Transnacionales, aunque no entró en acción de inmediato porque precisa de un reglamento para el cual se tenía un plazo de un mes.
En septiembre último se le preguntó al ministro de la Defensa, Henry Sáenz, sobre dicho reglamento y dijo que se encontraba en elaboración sobre tareas, perfiles y forma de operación. Ayer se produjo en el área fronteriza con México no uno, sino 12 enfrentamientos armados entre presuntos integrantes de los carteles de Sinaloa y Chiapas-Guatemala que entraron por la porosa frontera. Fuerzas militares del país se enfrentaron a los facciosos, que desplegaron mantas con mensajes intimidatorios y dejaron una estela de terror, viviendas y vehículos incendiados. Hubo seis muertos y un soldado herido en el pie.
Ahora la pregunta es: ¿qué sigue? ¿Otros seis meses de espera para la reglamentación de una fuerza que debió ser priorizada hace mucho? Algunos expertos en seguridad señalaron en su momento que se necesitaba un cuerpo élite, de rápida reacción y permanente despliegue. Y no es que Defensa necesite contar su estrategia, por ser asunto de seguridad nacional, pero es evidente que la frontera con México sigue siendo una zona opaca, impune y vulnerable.
Tal asedio criminal no es aislado, y la ausencia del Estado en la región es atávica. Pero dado el incremento de las pugnas entre bandas mexicanas rivales, que a su vez tienen contrapartes o adversarios del lado guatemalteco, incluso con posibles nexos políticos o ediles, el peligro de que la ciudadanía quede en el fuego cruzado se incrementa exponencialmente. En este punto, el desafío ya no es solo contener balaceras o reforzar un retén: es reconstruir el control territorial y político de una región que ha sido dejada a la deriva por demasiado tiempo, en la cual la pobreza pulula e incluso ha sido acicateada por el acoso de estos grupos en contra del desarrollo.
Basta ver el sabotaje del cual fueron objeto proyectos de generación energética porque iban a crear oportunidades y mejora en condiciones de vida, lo cual no les conviene a estos grupos, que prefieren usar a la gente como parapeto o como carne de cañón. Estas complicidades siguen, y si no, cabe destacar la oposición de “vecinos” en ciertas áreas a que fiscales del Ministerio Público recopilaran evidencias en los sitios de enfrentamiento.
Huehuetenango y San Marcos comparten con México una frontera de montaña, pasos ciegos, comunidades dispersas y un tejido social frágil. Esta tierra de nadie ha sido caldo de cultivo de impunidades y desamparos. No se necesitan solo operativos de entrada y salida; tampoco es que la militarización por sí sola sea la respuesta, pues los grupos criminales se desplazan a otros pasos remotos. Si algo se necesita en esta región es desarrollo: escuelas operando, servicios de salud eficientes, infraestructura productiva, conectividad y, sobre todo, inclusión. La colaboración binacional es fundamental, pero no solo para combatir a los terroristas, sino para integrar esta zona y sus habitantes a la productividad y a la esperanza.