EDITORIAL
Gallardía creativa que nunca se olvidará
“Es raro el crítico de arte o el aficionado a serlo que no se haya ocupado del trabajo de Manolo Gallardo, lo cual no deja de sorprender porque se trata de una pintura ajena a las tendencias de moda locales y muy distinta de la creación de todos los más reputados maestros. Por otra parte, el suyo es un trabajo profesional de consumado virtuosismo técnico”, expresó alguna vez el escritor Mario Monteforte Toledo acerca de la obra de uno de los más destacados maestros de la plástica guatemalteca, no solo en cuanto a la maestría plasmada en lienzos sino por la generosidad con la cual enseñó fundamentos de dibujo anatómico a numerosas generaciones de estudiantes, sobre todo de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, en donde él mismo estudió.
Falleció el gran Manolo Gallardo, dueño del trazo exacto, del matiz minucioso y la luz texturizada para lograr el efecto realista que deslumbraba en cada cuadro: ya se tratara de un Cristo, de un ángel o de una efigie femenina, sus escenas pictóricas no dejaban indiferente a nadie. Y así como era de elocuente con el pincel también lo fue en sus opiniones: repudiaba la corrupción y la ineficiencia estatal, sobre todo a causa del abandono de las artes y la cultura. “He retratado a muchos presidentes; a los últimos no porque son una vergüenza”, dijo en una entrevista con Prensa Libre, en 2018.
Su brillante trayectoria se cierra con su deceso, mas no las lecciones para todos los padres de familia que descubran dotes artísticas en sus hijos. Manolo Gallardo empezó a dibujar con virtuosismo desde los 7 años de edad. El apoyo de sus progenitores fue clave para que pudiera florecer y llegar a ser uno de los pintores guatemaltecos más cotizados.
Su mismo talento le atrajo problemas, como en una ocasión en que participó en un certamen estudiantil de dibujo y fue descalificado porque según el jurado había presentado un trabajo elaborado por un artista experimentado, lo cual pudo desmentir al mostrar otros bocetos suyos. No fue el único valladar para cumplir con su vocación creativa. Al finalizar el diversificado, su padre le obligó a entrar a la carrera de Medicina, pero el joven Gallardo, haciendo honor a su apellido, se las arregló para irse a España a estudiar arte.
Dentro de sus obras más memorables y emblemáticas se encuentra el retrato del papa Juan Pablo II, con motivo de su primera visita al país en 1983, a quien colocó dentro de una ruina antigüeña perfectamente plasmada y junto a una paloma de barro de Chinautla, símbolo de paz. En 2002, volvió a pintarlo pero entonces ya junto con el Santo Hermano Pedro de Betancur, a quien el pontífice vino a canonizar al país. No todas eran obras piadosas. También hubo transgresión y desafío en otras obras, pero siempre dentro de una óptica enmarcada por la belleza estética, tal el caso del llamado Cristo de las Tinajas, que se resguarda en el Museo Nacional de Arte Moderno.
Murió Manolo Gallardo pero nunca morirá su legado. La flor de la época de oro de la plástica guatemalteca pierde un pétalo más. Se necesita repoblar el jardín del talento artístico nacional y para ello se necesita más que discursos y mucho más que listados para supuestas ayudas a corto plazo. Se necesita de escuelas de arte renovadas, física y programáticamente, con maestros de primer nivel, con oportunidades de becas en el extranjero sin cortapisas dogmáticas y sobre todo, con el aprecio de los mismos guatemaltecos por un talento y una creación de renovadas gallardías.