EDITORIAL

Giro estratégico a 60 años de embargo

El restablecimiento de vuelos comerciales desde Estados Unidos a ciudades de Cuba, la reactivación parcial de la emisión de visas y la liberación de montos para el envío de remesas constituye una medida esperada, pero no por ello menos controversial, del presidente estadounidense Joe Biden, quien de esta manera da marcha atrás a las sanciones impuestas por su antecesor, Donald Trump, quien a su vez suprimió la estrategia de apertura económica iniciada por Barack Obama en 2009, que para unos fue acertada y para otros le dio oxígeno al entonces régimen castrista.

Nuevamente las críticas se centran en la falta de avances en las libertades democráticas del régimen encabezado por Miguel Díaz-Canel, gobernante que ha endurecido la represión, sobre todo contra jóvenes participantes de las multitudinarias jornadas de protesta y reclamo de derechos ciudadanos ocurridas en julio de 2020. La intolerancia oficial fue condenada por la comunidad internacional. Más de cien personas que participaron en las manifestaciones fueron sentenciadas entre diciembre y marzo últimos a penas de prisión de seis a 30 años, simplemente por ejercer su derecho a la libre expresión.

Se trata de una censura gubernamental que ha sido perversa escuela para otros regímenes supuestamente democráticos como Nicaragua y Venezuela, en donde se cercena la libertad de prensa, el derecho de petición y la garantía de emisión del pensamiento. Periodistas, columnistas, estudiantes y opositores políticos se encuentran detenidos en esos tres países, cada uno de los cuales ha encontrado vías de hacer “legales” tales arbitrariedades. En el caso cubano, las sanciones y el bloqueo económico de EE. UU. iniciaron hace 60 años.

Es por ello que la apertura impulsada por demócratas se torna polémica. La estrategia de Trump fue presionar al gobierno dictatorial para que emprendiera reformas que garantizaran la vía democrática y la liberación de presos políticos. Sin embargo, lejos de ello se radicalizó la represión. El giro ordenado por Biden es criticado por la disidencia cubana residente en EE. UU., que lo ve como un espaldarazo a la dictadura.

Sin embargo, también podría denotarse una estrategia de caballo de Troya para aliviar la penuria de la población, fortalecer a la clase media y también para ganarse a los familiares de cubanos en el exilio, para quienes se abre un programa de reunificación familiar que llevaba varios años de suspensión. Por supuesto que no faltarán las restricciones del gobierno de la isla, pero en un panorama amplio resulta mejor apuesta reducir la animadversión hacia la potencia y dejarles el desgaste a las autoridades locales. Es una jugada que entraña riesgos, pero quien no arriesga, no gana.

En esa misma vía, EE. UU. debe extender una invitación a todos los gobiernos a la Cumbre de las Américas convocada por Biden. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, declaró con su conocida ambivalencia que no asistiría si dejan de invitar a Venezuela o Nicaragua. Si se invita a todos se desactiva tal boicot. En tal foro, los mandatarios pueden presentar sus realidades e incluso sus reclamos, lo cual proyectaría a EE. UU. como un espacio de libertades. Las incoherencias y las mentiras entre realidades y discursos quedarían automáticamente a la vista, sin necesidad de acusaciones. Quienes quedarían en entredicho, eso sí, serían aquellos gobernantes que se autoexcluyan por su propia voluntad, intolerancia, miopía o miedo disfrazados de soberanía.

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