EDITORIAL

Industria creativa

A pesar de las constantes evidencias, uno de los más grandes fracasos estatales guatemaltecos de las últimas décadas ha sido la implementación de una política cultural y artística coherente, trascendente, inclusiva y económicamente viable. Las sucesivas administraciones del Ministerio de Cultura, creado a instancias del fallecido maestro Élmar René Rojas, han caído, con solo algunas excepciones, en el marasmo burocrático y la politiquería vacua.

Centenares de niños y jóvenes poseen claras aptitudes para diversas expresiones estéticas: música, danza, teatro, artes visuales, literatura y nuevas manifestaciones conceptuales, que bien podrían constituir una ocupación liberal de tiempo completo o, en todo caso, una formación crítica y creativa paralela a carreras de diversificado o universitarias. Desafortunadamente las escuelas de arte necesitan, literalmente, mendigar recursos, desde materiales hasta catedráticos. La muestra más reciente de esta situación ocurrió el lunes último, cuando estudiantes de la Escuela Superior de Arte de la Universidad de San Carlos protestaron porque no cuentan con un espacio fijo para desarrollar su aprendizaje. Falta de planificación, desinterés y planes orientados a los réditos políticos figuran entre las causas de este abandono, que aqueja a otras escuelas de arte.

En diversos países, la industria cultural es un campo de inversión y generación de recursos. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), este tipo de actividad proveía en 2015 aproximadamente 29.5 millones de empleos que superaban los de la industria automovilística de Europa, Japón y Estados Unidos, calculados en 25 millones.

El espíritu de creación artística es fundamental para producciones de cine, televisión, videojuegos, diseño digital e industrial o edición de libros impresos o electrónicos, por no mencionar los ingresos que dejan el turismo cultural y patrimonial. En todos estos campos hay incipientes esfuerzos en Guatemala, que por lo regular encuentran más respaldo de fundaciones y empresas privadas.

El triunfo del cineasta guatemalteco César Díaz en Cannes, cuya primera película fue galardonada con la Cámara de Oro, es una evidencia de la creciente calidad en la producción audiovisual en Guatemala, que resulta aún más loable si se toman en cuenta las limitaciones presupuestarias y la falta de una ley de cine que facilite incentivos.
Ninguno de los candidatos a la Presidencia propone un plan referente a las industrias creativas, quizá por ignorancia o tal vez porque siguen anclados a los mismos paradigmas dicotómicos de agricultura e industria manufacturera como únicos generadores de empleos, cuando en realidad el cultivo del talento y el fomento de la creatividad aplicada constituyen un potencial estratégico para las economías nacionales y regionales.

Probablemente falte también romper estereotipos que relacionan el arte con el ocio: por el contrario, los creadores serios desempeñan una intensa labor intelectual y crítica. Es tiempo de que Guatemala brille más con sinfonía propia, con colores deslumbrantes, ideas lúcidas y nuevos sueños para la humanidad.

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