EDITORIAL

Ineficiencia también puede ser negligente

Hace tres meses fue declarada la emergencia por coronavirus, tras lo cual vino una rápida aprobación de créditos, que pasaron a engrosar la voraz deuda externa del país. Tanta oficiosidad en el Legislativo fue sospechosa, pero a fin de cuentas entendida como un mal necesario para contar con recursos económicos destinados a atajar los efectos de la pandemia. Lo menos que se esperaba era una ejecución eficiente, en tiempo y calidad de productos, para la atención de pacientes y la protección del personal hospitalario.

Las donaciones suplieron los requerimientos iniciales, pero al final los médicos y enfermeras tuvieron que salir a pedir públicamente que les dotaran de mascarillas y trajes aislantes. En varios centros asistenciales se repitió este reclamo pacífico, vehemente y justificado, que por momentos se hacía conmovedor, dada la angustia de los profesionales, y también paradójico, porque, estando en la Presidencia un médico, se podía esperar mayor empatía y previsión, en especial bajo un estado de Calamidad vigente, el cual provee al Estado de las herramientas legales para dar soluciones ágiles a las usuales barreras burocráticas.

Sin embargo, hasta el domingo último el Ministerio de Salud solo había ejecutado el 3 por ciento de los Q1 mil 675 millones 823 mil 755 destinados directamente a la emergencia de covid-19. Las excusas han abundado, se cambió a un viceministro, pero las dilaciones continuaron e incluso se trató de acallar a los médicos, sobre todo por intermedio de la dirección de los hospitales. A cada protesta médica seguía un anuncio de una mesa de diálogo, cuando en realidad la respuesta correcta era dotar a cada centro de los artículos solicitados, planilla en mano, con inventario digitalizado para atajar cualquier discrecionalidad.

La cartera de Salud, históricamente, ha estado plagada de alambicados procesos burocráticos para adquisiciones y contrataciones. Pactos lesivos, robos hormiga de medicamentos y deterioro de infraestructura a lo largo de décadas se convirtieron en una inercia decadente, argumento socorrido para cada elección presidencial y tema de discurso para cada ministro entrante, hasta que llegó la pandemia, con su virulencia y desafiantes características.

Solo la valentía de médicos, cuyo rostros y nombres no se conocen, ha sostenido los centros hospitalarios, muchos de ellos sin cobrar sueldo por tres meses, comprando sus propias mascarillas y tolerando comentarios hirientes de burócratas de paso. Han creado protocolos innovadores y metodologías de recuperación efectivas que el Ministerio ni se ha molestado en dar a conocer.

No se escucha de labor alguna de la Comisión anticorrupción para conocer si ha existido dolo, favoritismo, dedicatoria o simple parsimonia negligente en los retrasos de contrataciones o en las adjudicaciones hechas a compañías que de la noche a la mañana devinieron en proveedores de mascarillas y trajes protectores.

Los dos mayores hospitales del país están en serios apuros por el covid y esto amenaza a pacientes de otras enfermedades -que siguen existiendo-. La cantidad de pruebas de detección aplicadas continúa siendo un enigma y esta limitación crea dudas sobre el número real de infectados. La Fundación para el Desarrollo recolecta fondos para comprar equipo de respiración con escafandras, para brindar atención a pacientes de cuidado intermedio, cuando este proyecto debería ser una prioridad del Ministerio de Salud, que tiene los fondos, tiene los motivos, tiene los pacientes, pero no parece tener prioridades claras.

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