Editorial

Las excusas vuelan y las promesas pesan

La eficiencia de programas es el gran desafío para la administración de Arévalo, y el primer año emplaza a las personas a cargo: ministros, viceministros y directores a generar mejores resultados.

La gestión de cualquier presidente se evalúa desde la perspectiva de sus ofrecimientos en campaña, la expectativa generada por sus objetivos declarados y el peso de sus pretéritas críticas cuando fungían como opositores. Esto se conjuga, sobre todo en primer y segundo años, con las ingentes necesidades nacionales y las decepciones protagonizadas por previos mandatarios, lo cual no deja de ser una constante espada de Damocles atada, como señala la fábula griega, con la crin de un caballo.


Cada administración de gobierno pretende —¡políticos, al fin!— que se le elogie por mejorar algo en la prestación de servicios públicos, por repartir alimentos o fertilizantes adquiridos con fondos ciudadanos o por procurar probidad, lo cual es su simple y llana obligación. A la vez pide —o reclama— que se le excuse por los rezagos e incumplimientos atribuibles a sus antecesores, a zancadillas de entidades o personas e incluso al entorno global.


Bernardo Arévalo llegó al primer día de gobierno y también a su primer año en pulso con la fiscal general, Consuelo Porras. Pero hasta ese tema ya no sorprende y en todo caso a la funcionaria le resta año y medio en el cargo. El mandatario le endilgó los más de 200 indicios de denuncias de corrupción que ha presentado la comisión presidencial respectiva, incluyendo el caso Sputnik, con pocos resultados. Pero tal pugna está en segundo plano para el ciudadano que vive en áreas rurales, que a diario sale a buscar el sustento y que se enfrenta a barreras como el mal estado vial, el peligro de asaltos en buses, las limitaciones en la atención de salud o el asedio de extorsionistas. Dado su impacto en la competitividad nacional y en la vida de comunidades, la parsimonia en la ejecución de obra vial por parte del Ministerio de Comunicaciones constituye el gran escollo del primer año de gestión.


El socavón de la autopista Palín-Escuintla o el puente sobre el río Nahualate, ambas vías aún sin plena reparación, son símbolos de la contradicción heredada pero cada vez más inexcusable. Se sabe toda la historia de relevos, críticas y largas esperas para conductores, viajeros, transporte de carga, de combustibles y más. Llegado el año de gobierno, el recurso de culpar a antecesores suena manido.


El primer cuarto del período de gobierno da suficientes líneas generales de errores por corregir. La eficiencia de programas es el gran desafío para la administración de Arévalo, y el primer año emplaza a las personas a cargo: ministros, viceministros y directores a generar mejores resultados. El abordaje de la salud, sujeto a veleidades sindicales y viejos lastres, tuvo un acierto con la firma del contrato de provisión de fármacos con Unops; el remozamiento de 11 mil escuelas, cuyo mejor supervisor serán las comunidades, es solo una fracción del inicio de una transformación del sistema escolar. Es digna la postura de la ministra de Educación ante la prepotencia y afán de secretismo del sindicalista Joviel Acevedo. Lograr la divulgación pública del pacto colectivo —que depende de un fallo de la Corte Suprema de Justicia— sería un parteaguas alentador.


La buena relación con la comunidad internacional —desde antes de la toma de posesión y durante el asedio a la democracia— es una fortaleza pero el quid del asunto está al norte y se necesita lograr un diálogo sólido con el segundo gobierno de Donald Trump. en nombre de 3.2 millones de connacionales que viven en EE. UU. y que aportan el 20% del PIB. Urge asertividad para plantarse como el mejor —si no único— socio geoestratégico en la región, pero se necesita firmeza, decisión y concretar objetivos, al igual que en otras dependencias, sobre todo porque las excusas ya volaron y las urgencias pesan.

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