EDITORIAL

Máximos orgullos

A diario se publican en cada ejemplar impreso de Prensa Libre, desde hace poco más de dos meses, 200 motivos de orgullo guatemalteco: una selección de expresiones, lugares, patrimonios, tradiciones e identidades que forman parte del caleidoscópico tesoro natural, histórico, multilingüístico y pluricultural de la Nación. Algunos de ellos figuran en listas oficiales de valoración, en las cuales también aparecen algunas manifestaciones totalmente anodinas, que en su momento fueron incluidas por autoridades de turno bajo criterios de pura demagogia, por lo cual tales nóminas de patrimonio deberían ser revisadas por un equipo de profesionales especializados, apolíticos y sin conflictos de interés.

Dicho lo anterior, es necesario hacer notar que como parte de esta selección de 200 grandes valores guatemaltecos figuran en estos días las 21 etnias mayas, además de la garífuna, xinca y ladina, como un reconocimiento a la historia, evolución e interrelación de estas identidades, que continúan en evolución.

La búsqueda de información sobre detalles del origen, rasgos culturales, expresiones artísticas y gastronómicas, idioma, relaciones sociales y cantidad de pobladores, para elaborar las reseñas diarias conduce a varias conclusiones que merecen ser resaltadas.

Existen algunas comunidades étnicas y lingüísticas que se encuentran en franco peligro de desaparición debido a la baja cantidad de integrantes, según datos del más reciente censo de población. Las presiones económicas, las deficiencias de la educación bilingüe, la migración, el desinterés de los jóvenes por aprender o usar el idioma materno figuran entre las mayores amenazas para algunos de estos grupos guatemaltecos.

Cada comunidad lingüística posee una cosmovisión definida, un tesoro de tradiciones orales y sabidurías populares que merecen ser valoradas en el mundo contemporáneo, tan sometido al acelerado ritmo de la tecnología. Si bien se han efectuado esfuerzos académicos por rescatar la gramática, las leyendas y la espiritualidad de diversas comunidades, todavía es necesario poner en valor este conjunto de expresiones que, a pesar de sus diferencias, comparten sólidos valores comunes.

En efecto, estos valores compartidos deben constituir un punto de partida para el diálogo y el conocimiento mutuo. La multiculturalidad no es una debilidad; por el contrario, se puede consolidar como una oportunidad para la innovación y la competitividad con pertinencia cultural y fuerte arraigo nacionalista.

Los festejos del Bicentenario no deberían centrarse en fastuosas ceremonias o en construcciones de monumentos físicos, sino en la configuración de una nueva forma de unidad en la pluralidad. No es una tarea sencilla, y está sujeta a diálogos francos, asertivos y dispuestos a transformar el futuro de las comunidades. Existen, triste es decirlo, todavía muchos temores, prejuicios y barreras que dificultan el establecimiento de grandes acuerdos de Nación. Sin embargo, si partimos de que cada idioma, cada etnia que habita en el país, es verdadero un motivo de orgullo, es posible confluir en vez de divergir.

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