Nadie es poeta en su tierra
Ninguna autoridad del Ejecutivo, ni del Ministerio de Cultura, asistió al sepelio, en Momostenango, Totonicapán, del escritor Humberto Ak’abal, el poeta guatemalteco más conocido y difundido en los últimos 30 años.
No es difícil comprender tal ausencia cuando el propio ministro de Cultura actual salió de la más pura y dura burocracia, sin mayores antecedentes o estudios en el ámbito de las artes y las letras: pasó de ser un allegado a la rosca presidencial a engrosar la larga lista de personajes que pasan sin pena ni gloria por esa cartera, con muy contadas excepciones. No hacía falta su presencia. En vida, Ak’abal rehuyó los honores oficialistas, comenzando por haber declinado el Premio Nacional de Literatura en 2004, por razones que él consideraba de coherencia ética.
En su poesía siempre abundaron los bosques, los pájaros, las leyendas de los ancestros y las vivencias cotidianas de su pueblo, pero no faltaron las diatribas contra los retrasos nacionales en áreas como Educación, Cultura, Desarrollo y Salud.
Su deceso, a los 66 años, se debió a una infección intestinal que confluyó con un sistema hospitalario deficiente. Fue atendido en el hospital José Felipe Flores, de Totonicapán, en donde fue intervenido quirúrgicamente. No obstante, la gravedad del cuadro clínico obligó a su traslado hacia el Hospital General San Juan de Dios. La familia del poeta tuvo que costear una ambulancia pues, la del centro asistencial no contaba con el equipo necesario para atenderlo durante el trayecto de 200 kilómetros.
Poco se pudo hacer a su arribo. Falleció a los pocos minutos de su ingreso al San Juan de Dios. El dolor fue patente en su natal Momostenango, en donde se le rindió un homenaje póstumo. Había moñas negras en casas y negocios. Las calles por donde tantas veces Ak’abal caminó, de ida o de regreso de sus viajes, que siempre hacía en autobús urbano, esta vez le decían adiós entre aplausos de escolares y la mirada triste de los ancianos.
Humberto Ak’abal dejó volando sobre el mundo sus versos, traducidos a 20 idiomas, entre ellos italiano, alemán, japonés, árabe, inglés, francés y estonio.
Así, el poeta se fue con la misma sencillez con que llegó. Rodeado del cariño de sus amigos y admiradores. No hacía falta que llegara autoridad alguna a sus
honras fúnebres, pero sí pudo ser una acción deferente para un artista que proyectaba una mejor imagen internacional para Guatemala que cualquier campaña de relaciones públicas, cabildeo o discurso oficialista.
Sin alardear, sin presumir, ponía en alto el nombre del país. Cumplió su misión, cumplió su vocación. Prensa Libre tuvo el alto honor de poder recibir, periódicamente, sus visitas para anunciar la presentación de sus libros o anunciar sus lecturas de poesía.
El mejor homenaje que se puede rendir a un autor como Humberto Ak’abal es leer su obra. En aquella plaza llena de Momostenango, ante el féretro del escritor, había numerosos niños y niñas presenciando el homenaje. Ojalá que entre esos ojos vivaces y vidas crecientes esté por germinar un nuevo espíritu de Ak’abal. Descanse en paz.