EDITORIAL

Nueva agricultura debe superar contingencias

Una confluencia de factores climáticos globales, entre los cuales figura el fenómeno La Niña, hace prever una temporada de lluvias que se puede calificar de normal, entendiéndose bajo este calificativo cierta regularidad en el patrón de precipitación, lo cual marcaría un contraste respecto de años anteriores caracterizados por prolongados períodos de sequía y súbitas etapas de aguaceros que reducen la productividad agrícola.

Este panorama, anunciado por el departamento de Meteorología del Insivumeh, se anticipa para los próximos tres meses; es decir, el tradicional comienzo de la época de lluvias y con ello de las siembras de maíz, frijol y otros cultivos tradicionales. Esto trae a la memoria dichos populares como “se le esperaba como agua de mayo”, precisamente por la regularidad con que, antaño, hacía su arribo esta temporada.

Lamentablemente, a causa del cambio climático y la deforestación, cada año suele ser un enigma que entre penuria y esperanza va avanzando, en muchos casos con cuantiosas pérdidas por sembradíos que se secan o que generan deficientes cosechas, a causa de ciclos irregulares de lluvia. Atrás quedaron los cronométricos cálculos de los abuelos que apenas con una brisa y cierta conformación de nubes sabían que el agua venía. Tal sabiduría ancestral tenía su valor pero se fundamentaba en una cultura climática cíclica que no presentaba mayores alteraciones, salvo contadas excepciones. Las circunstancias actuales presentan complicaciones que solo pueden ser compensadas mediante la investigación científica, la observación satelital y planes de recuperación de cobertura boscosa.

No obstante, después de casi tres décadas de pronunciado deterioro ambiental, resulta increíble que en países eminentemente agrícolas como Guatemala todavía no existen sólidos programas de tecnificación que contribuyan a asegurar las cosechas de familias que se dedican a siembras para consumo local, que es donde la crisis alimentaria golpea con mayor frecuencia y genera crisis humanitarias que siegan vidas.

Ni siquiera las condiciones de aridez de ciertas zonas del país deberían ser ya una excusa para justificar este rezago, puesto que hay países amigos, como por ejemplo Israel, que prácticamente han hecho florecer el desierto. Incluso la escasez de agua ha podido ser abordada mediante innovaciones científicas, siempre y cuando se cuente con la inversión pública necesaria para fomentar tal desarrollo.

A pesar de todas las vicisitudes ecológicas, Guatemala aún posee una de las mayores variedades de microclimas y regiones cultivables, con un potencial que puede ser expandido, pero se necesita de una visión proactiva, de acciones distintas y políticas sostenidas. Lamentablemente, gobierno tras gobierno, el Ministerio de Agricultura continúa envuelto en la inercia burocrática y la repetición de metodologías asistencialistas que solo prolongan la agonía.

Así como reza el dicho, que una golondrina no hace verano, también se puede decir que un invierno normal garantiza una sostenibilidad agrícola a largo plazo, por lo cual está muy bien el optimismo ante un posible invierno “normal”, pero se necesita de un paradigma distinto si se busca garantizar la ansiada seguridad alimentaria y posibilitar el despegue del país como una auténtica hortaliza y granero continental.

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