Editorial
Nuevo Septiembre
Guatemala no puede seguir así: necesitamos certeza jurídica, eficiencia en el desarrollo de infraestructura y en el uso de los recursos públicos.
Comienza el mes patrio. Es refrescante, tradicional y festivo observar banderas azul y blanco ondear por las calles, en almacenes, comercios y también dependencias públicas; en el techo de vehículos, en las manos de vendedores que se ganan un plato de comida para la familia con las ventas de insignias patrias de todos los tamaños.
Se multiplican actos cívicos, áreas de carteles alusivos a los símbolos patrios y también los desfiles de bandas. Es bueno el fomento del civismo, pero a la vista de tantos fraudes, despilfarros y estafas politiqueras, con todo y plazas fantasma, tráficos de influencias o contratos amañados queda claro que se necesita una mayor trascendencia de tal fervor.
En Guatemala necesitamos colocar más alta la barra ética para exigir más integridad, comenzando por aquellos que aspiran a un cargo público, sobre todo por los retorcimientos de normas, en abierta contravención a su espíritu original. Por ejemplo, es lamentable la laxitud de requisitos para magistrados de justicia y las evasivas a evaluar el requerimiento de reconocida honorabilidad plasmado en la Constitución.
Hace un año, la ciudadanía demostró su plena conciencia, su fortaleza y sobre todo su soberanía frente al necio asedio antidemocrático. Son exasperantes ciertas parsimonias gubernamentales, las farisaicas reyertas legislativas y también las mediocridades ediles.
En otras palabras, tenemos poderes del Estado pero impotentes ante la acumulación de apariencias y conveniencias, la infiltración de criminales de cuello blanco y también de mafiosos, exconvictos y rancios conservatismos en procesos donde debería primar la probidad.
Guatemala no puede seguir así: necesitamos certeza jurídica, eficiencia en el desarrollo de infraestructura y en el uso de los recursos públicos. Por ello, los guatemaltecos estamos obligados a replantear nuestro sentido crítico e interés por la institucionalidad del Estado.
Pese a todo, es el ciudadano quien tiene en sus manos la capacidad de expresar su reclamo, su descontento e incluso su desacuerdo con los desatinos que le entorpecen el camino productivo, que arruinan la educación escolar de sus hijos y que le exponen al acecho delictivo.
Se necesita de padres responsables que sepan explicar a sus hijos cómo la mediocridad, la negligencia y la corrupción han afectado el transporte público, la prestación de servicios de salud e incluso la conservación de recursos naturales. Por supuesto que eso conlleva acciones concretas para aportar a la mejora colectiva.
La esperanza está viva en los guatemaltecos que a diario se trazan metas más altas de desempeño, investigan soluciones a grandes desafíos, enseñan a leer pero, sobre todo, a pensar; que madrugan, corren diez millas extras.
Hace 200 años surgía un intento de unir a cinco estados hermanos a través de la Federación Centroamericana. En septiembre de 1824 fue lanzada su Constitución, inspirada en valores republicanos, democráticos e incluyentes. Pero acabó en una fragmentación que hasta el día de hoy le sigue pasando factura a todo el Istmo. ¿Y cuál fue la causa? La polarización, el despotismo y la imposición de intereses sectarios por encima del bien común. Justo lo mismo que ahora, con otros nombres, con netcenteros y otros abusos. Es tiempo de independizarse de tan pesados marros al desarrollo.