EDITORIAL

Patrimonio vivo y multidimensional

Alegría, orgullo y plegarias de agradecimiento encendió la reciente declaratoria de las expresiones religiosas, artísticas, gastronómicas y sociales de la Semana Santa guatemalteca como parte de la lista del Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Se trata de un reconocimiento global del carácter auténtico, multifacético y profundamente humano de una conmemoración anual que tiene una historia de casi cinco siglos, que integra elementos de la cultura europea y maya prehispánica, en un crisol de simbolismos cuya evolución prosigue con unidad innegable.

La característica fundamental de este conjunto de tradiciones y manifestaciones culturales guatemaltecas es que tienen como eje central la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Se trata, pues, de una devoción cristiana, en primer lugar, cuyos principios se han transmitido de generación en generación pero cuyas dimensiones intercalan elementos de las épocas precolombina, colonial, republicana y moderna.

Imaginería esencialmente barroca es expuesta a la veneración de los fieles al son de marchas fúnebres que constituyen en sí mismas un género musical, declarado Patrimonio Nacional Intangible en 2011. Cada músico que aporta su talento en la percusión, el clarinete, el sousáfono, la flauta o la dirección. Uno de los primeros efectos de la declaratoria debería ser el registro y protección de este acervo de composiciones, promover la formación de intérpretes y compositores, así como frenar la penetración de marchas españolas o italianas que se ha dado en los últimos años, incluso en radios. En España o Italia nadie interpreta marchas guatemaltecas.

Pero hay más, mucho más, en este mosaico de fe y memoria: andas colosales talladas en maderas preciosas, decorados artesanales, alfombras caleidoscópicas de serrín, nubes de incienso y copal, así como todo un conjunto de sabores propios de la época. Los cortejos son integrados por devotos vestidos con túnicas, trajes de soldados romanos, palestinos y nazarenos con el rostro cubierto. No faltan el tamborón maya y el agudo canto de un tzijolaj para abrir paso al Señor.

Es prudente afirmar que nadie es dueño de la Semana Santa guatemalteca, simplemente porque no puede conmemorarse de manera aislada o elitista. Si bien el Ministerio de Cultura impulsó el expediente y la evaluación de esta expresión, el verdadero mérito de esta tradición es de cada devoto, de cada cucurucho, de cada padre que enseña a sus hijos con el ejemplo a seguir una procesión hasta su entrada. Aunque se trata de una actividad católica, nadie está excluido de poder participar y admirar sus rituales. Visitantes extranjeros y personas de otros credos elogian la riqueza de matices de la piedad popular en todas las regiones del país durante los llamados “días grandes” y a lo largo de la Cuaresma.

La 17 reunión del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, cuyo encuentro finaliza en Rabat, Marruecos, este próximo 4 de diciembre, hizo esta declaratoria después de revisar el exhaustivo análisis de expertos de distintas disciplinas. Es la exaltación de toda una historia convertida en multitud devota, en anda pequeña o grande, siempre diferente y siempre nutrida del inmenso amor de Dios que entrega a su hijo para que todos se salven: hacer vida este mensaje el resto del año es lo que le da sentido siempre a la Semana Santa más hermosa del mundo.

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