EDITORIAL
Pensar y actuar distinto
Si se espera el cambio de los políticos, será una demora aún mayor que la que ya vive el país. Son los propios ciudadanos quienes en primer lugar deben cambiar sus criterios de valoración, sus juicios críticos y también sus acciones de cara a posibilitar la transformación del país en el corto y mediano plazos. Una mayor participación de profesionales éticos, de pobladores responsables y de jóvenes conscientes de su papel histórico puede marcar la diferencia del proceso democrático que comenzó hace tres décadas y media.
Los extremismos deben ser sustituidos por diálogos de entendimiento, las mentes obtusas deben ser rebasadas por la actitud proactiva y los conflictos de interés que tanto daño causan en el quehacer gubernamental y legislativo tienen que tornarse en procesos donde prive la transparencia, la cuentadancia y el estado de Derecho. Nuevamente, es el ciudadano de a pie quien tiene en la mano la herramienta más valiosa: su trabajo, su esfuerzo y también su voto, que no debe dejar caer en mentes intelectualmente estériles.
La transformación no es un proceso externo que pueda ocurrir divorciado de la acción valiente fundamentada en valores. Por el contrario, es una vela encendida en patrio entusiasmo que junto a otras puede arrojar luz en medio de las tinieblas de la corrupción, la demagogia y el clientelismo.
La política, como el arte del servicio puede, debe ser recuperada por los habitantes de un país que ya han padecido por suficientes años los lastres de dejar solo en manos de otros lo que le corresponde hacer a cada guatemalteco: exigir información pública, requerir cuentas a los representantes legislativos, reclamar calidad en la obra pública y demandar eficiencia de calidad y costo en el funcionamiento del Estado.
Es tiempo de poner un alto a las contrataciones por deudas políticas. Es tiempo de denunciar a todo aquel diputado o funcionario que exija sobornos para apoyar un proyecto. Es el momento de aceptar el reto de construir una mejor Guatemala dentro de la institucionalidad y las vías que provee el sistema democrático. No es un camino fácil, pero debe iniciar.
Ningún país va a llegar al rescate de lo que los guatemaltecos no hagan. Así que el primer paso es cambiar las rivalidades por acuerdos y tornar las polarizaciones inducidas en un diálogo abierto al cambio y la innovación. Guatemala es un país plurilingüe, multiétnico, con un inmenso tesoro natural, arqueológico, histórico y humano que puede llevarla a ser una potencia del turismo sostenible, muy por encima de otros países que tienen menos de una décima parte de sus volcanes, selvas, ciudades mayas y zonas climáticas.
Existe, además, un enorme capital intelectual, creativo y científico que ya aporta productos y servicios al mundo a través de la economía naranja: la apuesta por la educación de calidad es una de esas convicciones que todo ciudadano debe apoyar y exigir para bien de sus descendientes. No menos importante es la producción industrial y agrícola, que también está llamada a mantener una constante evolución. Todo ello no está en manos de los políticos, sino de los ciudadanos productivos que con sus impuestos están facultados para reclamar resultados.