EDITORIAL
Polarización dificulta enfrentar crisis
Mes y medio duró el gobierno de la primera ministra británica Liz Truss: el más corto en la historia del Reino Unido. Dimitió al reconocer el fracaso de su plan: un paquete presupuestario que incluía severos recortes de fondos a rubros estatales y fuertes reducciones de impuestos a sectores de altos ingresos. La caída en el valor de la libra esterlina golpeó la confianza de los mercados financieros y se alzó un nuevo récord inflacionario que azota aún la economía de los británicos. Las críticas de opositores laboristas y también de integrantes de su propio partido llevaron a la dimisión. Ahora los conservadores buscan nombrar a un nuevo primer ministro. La otra opción es convocar a elecciones, pero temen perder la mayoría.
Cabe recordar que el Reino Unido está regido por una monarquía parlamentaria en la cual la bancada mayoritaria designa al gobernante. Truss recibió el 8 de septiembre la venia para iniciar gobierno de parte de la Reina Isabel II, quien falleció horas después. Al día siguiente se reunió con el nuevo rey, Carlos III. Entre las honras fúnebres y el duelo real transcurrieron las primeras medidas económicas de corte neoliberal lanzadas por Truss: expertos señalan que intentó implementar una estrategia parecida a la que impuso Margaret Thatcher, primera ministra de 1979 a 1990, quien al asumir el mando ordenó contener el gasto y reducir tributos para estimular la economía. A Thatcher le funcionó; a Truss no porque, aunque el síntoma económico es parecido, el entorno global es diferente, empezando por el bréxit, concretado en 2020 y que aún no resulta como lo anunciaron sus partidarios, incluyendo al anterior primer ministro, Boris Johnson, quien dimitió en julio y cuya posible nominación es un fuerte rumor, a falta de otros perfiles.
La invasión rusa a Ucrania, los altos precios de los combustibles y con ello el alza en la calefacción de hogares para el ya cercano invierno están entre los factores que mayor presión representan. El Reino Unido no es el único país en estas condiciones económicas adversas, pero en la coyuntura actual podría conducir a un cambio en el balance de fuerzas si no se consiguen los acuerdos para poner en marcha las estrategias de contención necesarias.
De hecho, Estados Unidos está a pocos días de ir a las urnas para elegir a los 435 miembros de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado: un auténtico referendo para el gobierno de Joe Biden, asediado sobre todo por la inflación, el aumento en el éxodo de migrantes y el calado del discurso nacionalista de Donald Trump y seguidores. EE.UU. y el Reino Unido son dos sistemas distintos en cuanto a los procesos de elección y renovación, pero ambos viven momentos cruciales de los cuales se pueden extraer algunos elementos útiles.
Las polarizaciones políticas no favorecen a nadie, sobre todo si son acicateadas con fines populistas. Quizá Truss no sopesó bien el efecto de las medidas económicas, al menos para matizarlas o a fin de ganar el tiempo suficiente para poder resistir sus efectos. Si los conservadores vuelven a nombrar a Johnson, es probable que ganen una figura mediática pero desgastada por escándalos previos y las consecuencias del bréxit heredadas a Truss. Finalmente, y lo más importante, cualesquiera que sean los devenires gubernamentales de ambas naciones: prevalece la institucionalidad democrática como vía de aprobación o rechazo, con respeto a los resultados y a la libertad de expresión de ideas, primero porque los desafíos concretos están allí y, segundo, porque en la verdadera política de Estado ningún problema es ajeno.