EDITORIAL
Presidenta Castro se metió a honduras
La presidenta Castro acudió a la estrategia de señalar “injerencia”.
Unos atribuyen al explorador Cristóbal Colón, otros a sus almirantes, la expresión: “¡Gracias a Dios salimos de estas honduras!”, que según la tradición histórica habría sido el origen del nombre de esta república centroamericana. Por eso el título de este texto va con minúscula, no por irrespeto a tan noble y sufrido pueblo, sino en alusión al pantano maloliente en que se encuentra el gobierno encabezado por Xiomara Castro, esposa del expresidente Manuel Zelaya, derrocado en el 2009 por un golpe de Estado tras intentar perpetuarse en el poder a lo chavista o a lo castrista —vaya coincidencia patronímica—, pero fracasó gracias el rechazo de la ciudadanía y la oposición del Ejército. “Mel” Zelaya fue otro aprendiz de dictador.
El 20 de agosto último trascendió la reunión de José Manuel Zelaya, sobrino consanguíneo y homónimo del expresidente, y sobrino político de la mandataria, ministro de Defensa de Honduras, con su homólogo venezolano Vladimir Padrino, piedra angular del burdo fraude electoral y de la represión dictada por el sátrapa Nicolás Maduro contra todo reclamo democrático. Las críticas de la embajadora de Estados Unidos en Honduras, Laura Dogu, fueron fuertes al señalar sorpresa y decepción al “ver oficiales del gobierno —hondureño— sentados con miembros de un cartel basado en Venezuela”,
La presidenta Castro acudió a la estrategia de señalar “injerencia”. Si no fuera tan lamentable sería risible, porque ese fue el mismo argumento, aunque en un contexto distinto, esgrimido por su cónyuge tras ser derrocado en el 2009. Castro canceló el tratado de extradición entre EE. UU. y Honduras, vigente desde 1912, que permitió el enjuiciamiento de narcotraficantes de ese país, incluido al exmandatario Juan Orlando Hernández, condenado en junio a 45 años de prisión por tráfico de drogas.
En fin, todo podría parecer una reacción sobredimensionada pero acaso explicable, “soberana”, de dicha mandataria, cuya línea izquierdista la llevó a entrar en tratos con China Popular, con cuyo presidente Xi Xinping se reunió en el 2023. Dejó de lado la larga cooperación de la República de Taiwán para irse con los totalitaristas. Y aun así, su potestad oficial le permite tomar ese tipo de decisiones, así como la de casi avalar la estafa electoral de Venezuela, a todas luces impuesta a sangre, fuego y corrupción.
Pero la nave a la deriva llegó hasta auténticas honduras el sábado último con el anuncio de renuncia del ministro de Defensa Zelaya y del presidente del Congreso, su padre, Carlos Zelaya, quien reconoció haberse reunido en el 2013 con un grupo de narcotraficantes que le habrían ofrecido financiamiento electoral para naciente el partido Libre, que llevó al poder a Castro. El ahora exdiputado aduce que no sabía quiénes participaban en la reunión, que le hablaron de unos “inversionistas” y blablabla. Castro nombró ministra de Defensa a Rixi Moncada, su exministra de Finanzas, quien renunció al cargo en enero para perfilarse como presidenciable oficialista para las elecciones del 2025.
Se supone que todo ese barullo es para que haya una “investigación objetiva”, pero en realidad queda claro que es una treta para ocultar nexos y conflictos de interés. Quizá están siguiendo aquella idea de que es mejor explotar un escándalo a voluntad, para que ni la prensa ni la oposición tengan más que escudriñar. Sin embargo, es una teoría que solo funciona en las películas. El riesgo real es de que se encubran evidencias y se fomenten impunidades para ganar una reelección que ya está encallada en el arrecife de los secretismos y las mentiras. Quizá esperan salvarse con el método del chavismo, pero sin petróleo, y con esos narcovínculos solo se están precipitando al abismo.