EDITORIAL

Prevenir no es un juego ni una simulación

Los casi 70 mil fallecidos y 1.4 millones de infectados por el coronavirus a nivel mundial son una triste evidencia de la falta de medidas oportunas de contención o, peor aún, de la desobediencia negligente de algunas regiones que hoy están asoladas por la pandemia. La detección ayer, en Patzún, Chimaltenango, del primer caso de contagio comunitario —no transmitido por un portador proveniente del extranjero— es la más reciente y mayor llamada de atención a la ciudadanía para detener el descuido, atender en serio la restricción de movilidad y valorar la vida de los seres queridos, que podrían pasar a convertirse en parte de las estadísticas debido a comportamientos irresponsables.

Duele decirlo, pero casi un 40 por ciento de personas entrevistadas por la empresa ProDatos en áreas metropolitanas todavía subestiman el riesgo que representa el covid-19, al considerarlo “bajo” o “nulo”, cuando en realidad se trata de un peligro sanitario impredecible. Si bien hay diversos grados de gravedad en la salud, resulta imposible adivinar cómo reaccionará cada organismo ante la agresión viral. Directamente vinculado con esta actitud se encuentra un acatamiento relativista y displicente de las medidas de confinamiento y limitación de la locomoción.

Si bien estas restricciones tienen un fuerte impacto en las rutinas, las labores productivas y educativas, así como en la economía, resultan un efecto colateral tolerable en comparación con una temible crisis en el sistema de salud, a causa de un eventual aumento repentino de casos críticos. Si bien el Gobierno ha tomado previsiones, los cuidados intensivos requieren de equipo y especialistas cuyo número es limitado en un país como Guatemala.

A simple vista se puede observar en horarios permitidos de locomoción a algunas personas que utilizan mascarilla protectora y a otras que no lo hacen. En efecto, la mitad de los encuestados dice no emplearla y la proporción aumenta entre los jóvenes: otro indicio de la ligereza con la cual se aborda un recurso de prevención que contribuyó a marcar la diferencia en países desarrollados como Corea del Sur o Singapur, que lograron aplanar la curva de contagios a tiempo.

A ningún ciudadano se le debería tener que conminar a que proteja su integridad física o la de su familia; a ninguna persona con una dosis normal de sentido común se le tendría que obligar a permanecer en la seguridad de su domicilio. Esto abarca también a ciertas personas supuestamente piadosas que insisten en acudir en grupo a colocar adornos y alfombras en frontispicios de iglesias. No está mal la devoción, pero se puede dejar para momentos en que no esté en juego la salud de todos. Lo mismo ocurre con ciertos alcaldes como el de Amatitlán, que salen a las calles en hora de toque de queda, en caravanas, para prevenir o “motivar” a la población, pero con ello hacen que la gente salga de las viviendas.

Que se hayan suspendido las procesiones es triste y nostálgico, pero ya habrá tiempo de vivirlas con fervor. Ningún líder religioso responsable está convocando a reuniones, porque la fe no es un juego de azar para demostrar inmunidad, sino una actitud de humildad que permite reconocer las propias limitaciones humanas, que permite aprender de una realidad cambiante y que motiva a obedecer indicaciones fundamentas. Un popular mensaje de redes sociales dice: “¡Qué no darían España e Italia por poder regresar tres semanas en el tiempo!”. ¿Para qué? Para frenar la debacle que hoy les azota. Quizá Guatemala aún esté a tiempo.

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